jueves, 15 de julio de 2010

Me gusta el fútbol


El fútbol triunfa por dos motivos fundamentales. El primero tiene que ver con su sencillez: con dos camisetas se puede improvisar una portería y casi cualquier cosa puede servir como balón. El segundo está directamente relacionado con el valor de los tantos, ya que en ningún otro deporte 'pesa' tanto cada uno de ellos. Un gol en el minuto uno tiene más capacidad euforizante que un triple para ponerse en ventaja en el último cuarto.

A los niños, hasta cierta edad, les gusta el fútbol de verdad, es decir, el que se juega en la calle o en el patio del colegio, pero al margen de los focos y las portadas de los diarios deportivos. Mis primeros recuerdos futboleros son del campo del Alondras, en Cangas. Tengo grabada la imagen de mi difunto abuelo trepando por los postes para sujetar las redes que evitaban que los balones se fuesen a Vigo con los despejes de los centrales. Desde entonces, no puedo evitar que me salga la risa floja cuando me llega uno de esos anuncios para hacerse técnico en prevención de riesgos laborales.

Cuando llegó el momento de elegir equipo, decidí hacerme culé, más que nada porque mi padre era madridista. Me costó muy poco identificarme con aquel equipo, con Cruyff en el banquillo y Laudrup dando lecciones de todo lo que debe ser un futbolista. Pero al míster se le fue la olla y le dijo al danés que se buscase la vida. Y vaya si se la buscó. Poco tardó el Real Madrid de Valdano en echarle el lazo. Así fue como, con unos 12 años, me convertí en tránsfuga por primera vez en mi vida. Con más edad, claro está, uno ya es demasiado mayor como para cambiarse de equipo, aunque haya que padecer a Florentinos y Calderones. No mováis la cabeza como tontos, amigos barcelonistas, que vosotros tampoco os cambiasteis de bando en los tiempos de Gaspart.

Italia 90 me pilló mirando hacia otra parte y de la Eurocopa del 92 sólo recuerdo que los daneses la liaron parda llegando como invitados de última hora y que los países escindidos de la Unión Soviética participaron integrados en la Comunidad de Estados Independientes. La primera gran competición que seguí de principio a fin fue el Mundial de EEUU 94. De ahí me quedaron grabadas las imágenes del gol de Goikoetxea a Alemania en un centro-chut envenenado/afortunado y Luis Enrique con la camiseta blanca ensangrentada después del codazo de Tassotti.

Las siguientes grandes citas pasaron casi como destellos, mientras empezaba a asumir eso que decían los mayores: España nunca va a ganar nada. Con el nuevo siglo fueron cayendo los complejos en muchos deportes tradicionalmente vedados a los éxitos españoles, pero se resistía el gran triunfo en nuestro deporte más popular. El brillo del Mundial de Sufáfrica y el gol de Iniesta frente a Holanda eclipsará el éxtasis del gol de Torres a Alemania en la Eurocopa de 2006 y el épico partido de cuartos de final contra Italia, con tanda de penaltis incluida. Pero fue ahí donde nos quitamos definitivamente los complejos y, sobre todo, donde tanto los rivales como los árbitros comenzaron a respetar a la ‘roja’.