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lunes, 1 de marzo de 2010

El cine que susurra


Como observador externo y no implicado, siempre he valorado especialmente esa forma tan particular de los directores argentinos de llevar a la pantalla lo que en España se suele llamar ‘cine social’. Tengo la sensación de que, para ellos, no existe esa etiqueta, precisamente porque tienen muy claras dos cuestiones: la redundancia y la efectividad.

Redundancia porque, en gran medida, el cine de ficción es, como la novela, un intento por llegar al alma de las cosas a través de los comportamientos de las personas, que a su vez son indesligables de su entorno. Luego cine humano (psicológico, si se quiere) y cine social vienen a ser (habitualmente, aunque no siempre) un mismo concepto.

Efectividad porque todos sabemos, intuitivamente, que la mejor forma de que un mensaje difundido masivamente llegue a calar en un colectivo es a través del entretenimiento. Por algo incluso en las facultades de Medicina se sigue aludiendo a aquella maravillosa serie de dibujos animados llamada ‘Érase una vez… el cuerpo humano’. En este caso, lo que hace diferente al cine argentino son las técnicas de distracción.

De León de Aranoa a Médem
En España también tenemos problemas sociales graves y hay quienes se atreven a abordarlos en el cine. ‘Los lunes al sol’, ‘Barrio’ o ‘Princesas’ (todas ellas dirigidas por Fernando León de Aranoa) afrontan, respectivamente, dramas humanos como el desempleo, la vida cerca del umbral de la pobreza y la prostitución con una mirada lúcida, aunque quizá demasiado directa, sobreexpuesta en términos fotográficos. Pedro Almodóvar, a su modo, también ha hecho ‘cine social’, pero si el objeto es para él diferente (le interesa no la norma sino la desviación), la forma de mirar es la misma: frontal y desde dentro.

Otros grandes directores españoles, como Julio Médem o Alejandro Amenábar, tienden a situar a sus personajes en entornos irreales, atemporales y apolíticos. Excepcionalmente, Médem sintió la necesidad de ahondar en la cuestión del independentismo vasco, pero optó por el género documental (no ficción): paradójicamente, aunque su cinta es un ejemplo de objetividad periodística, se ganó críticas desaforadas y antipatías irracionales. Fernando Trueba también recurrió al documental en ‘El milagro de Candeal’ y en ‘Blanco y Negro’, pero en la primera el marco era una favela de Salvador de Bahía (Brasil) y el segundo es un canto sentido pero superficial al arte del flamenco.

Campanella, Bielinsky, Aristarain
Cuando pienso en cine argentino, tres nombres me vienen a la cabeza por su proyección externa: Campanella, Bielinsky y Aristarain. Busco desesperadamente un nexo entre ellos. Se me ocurre que podríamos preguntar a un grupo heterogéneo de espectadores de qué tratan ‘El secreto de sus ojos’, ‘Nueve reinas’ y ‘Roma’, pongamos por caso. La investigación de un crimen, las peripecias de dos timadores de poca monta, la evolución personal de un escritor argentino…

La corrupción del sistema político, las deficiencias del sistema financiero y la emigración son, en realidad, los temas principales de todas ellas, pero la reflexión acerca de esos problemas no es tosca, directa, protagónica, sino que se aborda de forma tangencial, de tal modo que el mensaje, en lugar de llegar a oleadas, se cuela como el agua por los poros de una esponja. De ahí su eficacia en términos comunicativos. De los directores anteriores, Aristarain, por su estilo progresivamente más ‘filo europeo’, es quien más se aleja de la pauta y, aunque su talento es innegable, también es quien aporta menos matices a la narración.

No se trata sólo de una elección personal, el cine es el reflejo de los gustos de una sociedad. En ese sentido, es apreciable que los artistas argentinos mantengan la confianza en que se puede captar la atención del público mediante el susurro mientras la mitad del planeta se entrega ciegamente al éxtasis del ruido hollywoodiense. Tanto, tanto ruido…

viernes, 6 de noviembre de 2009

The Apprentice vs El aprendiz: Decálogo de los estereotipos nacionales (Por Jorge Abel)


Llevo años rajando de los 'realities' y al final también he caído (¡¡¡maldición!!!). He de reconocer que 'El Aprendiz', el programa de La Sexta, me tiene enganchado. Lo cierto es que ya en su momento seguí con pasión en el Canal Estilo -uno de esos canales menores que oferta R- el programa original, 'The Apprentice'. En la versión americana, Donald Trump pone a prueba a un montón de ejecutivos para acabar dándole al ganador un contrato de un año para dirigir una de sus empresas -vamos, lo mismo que en la de La Sexta-. Luis Bassat es el millonario español que decide sobre el futuro de las personas en cuestión.
Me gustaría comparar las dos ediciones que he visto. Estoy seguro de que este espejo está deformado por las diferencias de casting, problemas de producción y demás -La Sexta no es la NBC-, pero sí que me sirve para reflexionar sobre ciertos topicazos.

Primer estereotipo: Los de fuera son más productivos.
Resulta chocante (o quizás no tanto) ver que en el programa americano los concursantes reciben por la mañana un poco de dinero y al final de la prueba, por la noche, se lo devuelven a Trump casi siempre multiplicado. Me parece recordar que una vez con cuatrocientos dólares le devolvieron cerca de cuatro mil.
No podemos decir lo mismo de la versión española. La mayoría de las veces han perdido dinero o las rentabilidades tenían unas ridículas dos cifras.
¿Por qué esa diferencia de producción? A mi modo de ver hay otros estereotipos que están llevando al fracaso continuado a un grupo de 'yuppies estudiados', seleccionados y muy motivados.

Segundo estereotipo: la impulsividad latina.
Los líderes nombran un sublíder y rápidamente dividen los equipos. Normalmente, en los procesos de creación, es normal contar con todas las ideas. Resultará mejor siempre tener a todos juntos al principio y hacer dos reuniones consecutivas que hacer una reunión por separado para cada cosa... Se pierden potenciales ideas buenas de alguno de los componentes del otro subgrupo. Es cierto que se pierde más tiempo, pero a veces un segundo más pensando son mil segundos de trabajo ahorrados.

Tercer estereotipo: Nos pilla el toro.
Sobre el tema del tiempo, precisamente, trata la siguiente reflexión. Los líderes pocas veces (casi ninguna) ponen al principio una hora límite para los procesos creativos o de gestión. Y luego siempre los pilla el toro (estereotipo que se viene cumpliendo en El Aprendiz con religiosa puntualidad). El peor de los casos fue un programa en el que debían filmar un spot publicitario... ¡Un grupo se quedó casi sin tiempo de rodaje tras la primera escena!


Cuarto estereotipo: El que se mueve no sale en la foto.
Los concursantes premian el silencio y la mediocridad. Sólo han corrido riesgo de ser eliminados aquellos que han dado ideas y aquellos que han desechado ideas de sus compañeros. Hay tres o cuatro personas que se han mantenido en discretísimos segundos planos y que, mientras no la han cagado de forma notoria (uno no supo calcular el precio de coste de su producto) o les ha tocado liderar -que ahí todo se nota-, no han sido criticados por sus compañeros por su falta de producción.
En la versión americana sabías que, si no aportabas algo, al final del día te sentabas con Donald Trump para ver si mantenías tu puesto.

Quinto estereotipo: El camarote de los hermanos Marx.
El líder en el programa español parece que quiere diluir la responsabilidad. En las reuniones de grupo es el mero 'testaferro' de la opinión mayoritaria y en las gestiones de trabajo busca desembarazarse de parte de las decisiones haciendo grupos, dando poder a otros y sin mecanismos de control ni repaso. Sin una idea única, los proyectos se convierten en mosaicos inconexos y se pierden las fuerzas productivas repartidas en diferentes ideas. Luego todo parece el camarote de los hermanos Marx.

Sexto estereotipo: O jugamos todos o pinchamos la pelota.
En cuanto a lo del trabajo de equipo... peor imposible. En El Aprendiz se ha podido ver como, si una persona no ve aceptadas sus ideas, hace lo posible porque su grupo fracase.

Séptimo estereotipo: Mezclar lo laboral con lo personal.
Y este enraíza con el siguiente problema: si alguien critica lo que digo, me critica a mí como persona, y es mi enemigo.
El líder del equipo que ha perdido tiene que entrar en la sala de juntas con dos personas más para ver a quién se despide. En varias ocasiones se ha metido en la sala a los concursantes con los que menos se ha empatizado, en vez de aquellos que se han mostrado incompetentes. ¿Aceptamos antes la estupidez que la crítica?

Octavo estereotipo: Valoramos el trabajo, no el éxito
Parece que, en un puesto de trabajo, el que está más horas es el que mejor lo hace. En el colegio nos pasaba lo mismo: si alguien se esfuerza, entonces merece más nota. Al final, en el mundo de los negocios, lo que funciona no siempre depende del esfuerzo. En la versión americana, con una buena idea puedes salvarte de ser nominado. En la versión española, las personas que fracasan pero trabajan con ahínco salen reforzadas.

Noveno estereotipo: Ausencia de culpa.
En la versión americana, el grupo que salía derrotado hacía un trabajo de análisis serio sobre qué había salido mal en conjunto. Cada miembro, a la hora de hablar con Donald Trump, procuraba hacer ver que se había dado cuenta de alguno de sus fallos para poder luego darles más importancia a los errores de los compañeros y librarse así del despido. En la versión española, con muchos más errores por parte de los concursantes, resulta increíble ver que la fase de reflexión contiene frases como "yo creo que lo hemos hecho perfecto".
Falta crítica constructiva y autocrítica. Si la hace alguien, es tildado de negativo, de persona que va contra el grupo, y acaba nominado aunque haya compañeros que han hecho menos por el bien del equipo.

Décimo estereotipo: La chapuza nacional
Resultan sorprendentes las situaciones con las que los aprendices están dispuestos a comulgar antes de parar y rectificar algo. Les han pasado cosas como ir a lavar coches sin tener agua, o vender el mismo zumo en el mismo envase con hasta cuatro colores diferentes. Hay que saber cuando echar el freno y empezar de nuevo algo que no marcha. En El Aprendiz no se da marcha atrás ni para tomar impulso.

Y podríamos seguir con algunos tópicos más como la falta de ambición y de ideas de mercado, saber dónde están realmente los beneficios... Pero creo con esto ya tenemos algo en lo que pensar.