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jueves, 15 de julio de 2010

Me gusta el fútbol


El fútbol triunfa por dos motivos fundamentales. El primero tiene que ver con su sencillez: con dos camisetas se puede improvisar una portería y casi cualquier cosa puede servir como balón. El segundo está directamente relacionado con el valor de los tantos, ya que en ningún otro deporte 'pesa' tanto cada uno de ellos. Un gol en el minuto uno tiene más capacidad euforizante que un triple para ponerse en ventaja en el último cuarto.

A los niños, hasta cierta edad, les gusta el fútbol de verdad, es decir, el que se juega en la calle o en el patio del colegio, pero al margen de los focos y las portadas de los diarios deportivos. Mis primeros recuerdos futboleros son del campo del Alondras, en Cangas. Tengo grabada la imagen de mi difunto abuelo trepando por los postes para sujetar las redes que evitaban que los balones se fuesen a Vigo con los despejes de los centrales. Desde entonces, no puedo evitar que me salga la risa floja cuando me llega uno de esos anuncios para hacerse técnico en prevención de riesgos laborales.

Cuando llegó el momento de elegir equipo, decidí hacerme culé, más que nada porque mi padre era madridista. Me costó muy poco identificarme con aquel equipo, con Cruyff en el banquillo y Laudrup dando lecciones de todo lo que debe ser un futbolista. Pero al míster se le fue la olla y le dijo al danés que se buscase la vida. Y vaya si se la buscó. Poco tardó el Real Madrid de Valdano en echarle el lazo. Así fue como, con unos 12 años, me convertí en tránsfuga por primera vez en mi vida. Con más edad, claro está, uno ya es demasiado mayor como para cambiarse de equipo, aunque haya que padecer a Florentinos y Calderones. No mováis la cabeza como tontos, amigos barcelonistas, que vosotros tampoco os cambiasteis de bando en los tiempos de Gaspart.

Italia 90 me pilló mirando hacia otra parte y de la Eurocopa del 92 sólo recuerdo que los daneses la liaron parda llegando como invitados de última hora y que los países escindidos de la Unión Soviética participaron integrados en la Comunidad de Estados Independientes. La primera gran competición que seguí de principio a fin fue el Mundial de EEUU 94. De ahí me quedaron grabadas las imágenes del gol de Goikoetxea a Alemania en un centro-chut envenenado/afortunado y Luis Enrique con la camiseta blanca ensangrentada después del codazo de Tassotti.

Las siguientes grandes citas pasaron casi como destellos, mientras empezaba a asumir eso que decían los mayores: España nunca va a ganar nada. Con el nuevo siglo fueron cayendo los complejos en muchos deportes tradicionalmente vedados a los éxitos españoles, pero se resistía el gran triunfo en nuestro deporte más popular. El brillo del Mundial de Sufáfrica y el gol de Iniesta frente a Holanda eclipsará el éxtasis del gol de Torres a Alemania en la Eurocopa de 2006 y el épico partido de cuartos de final contra Italia, con tanda de penaltis incluida. Pero fue ahí donde nos quitamos definitivamente los complejos y, sobre todo, donde tanto los rivales como los árbitros comenzaron a respetar a la ‘roja’.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Necesidades especiales


A Obama no todas las bromas le salen igual de graciosas. La ocurrencia en El Show de Jay Leno de comparar su nivel en los bolos con el de los deportistas de los ‘Special Olympics’ (Juegos Paralímpicos) desató una polémica no por previsible menos absurda y no por absurda menos evitable. El sentido del humor es una de las armas más poderosas de un líder, ya que denota al mismo tiempo inteligencia (cuando no abunda en la chabacanería) y cercanía, dos rasgos que, desde luego, deberían exigirse a todo mandatario en cualquier democracia representativa. Pero el cargo obliga a medir cuidadosamente cada palabra y cada gesto en el ámbito público. Que se lo pregunten al pobre Rajoy, al que casi crucifican por decir del desfile de las Fuerzas Armadas lo que pensamos casi todos los españoles: que es un auténtico coñazo.
Lo que Obama pareció perder de vista por un momento es que la sociedad de su país (por lo demás no muy distinta en este sentido a cualquier otra) ha convertido el eufemismo en un velo para apartar de los ojos de la ciudadanía todo aquello que, íntimamente, hiere su sensibilidad. Por eso, en lugar de Juegos Paralímpicos se habla de Olimpiadas Especiales y, en lugar de un presidente negro, los estadounidenses tienen un presidente de color (¿de qué color?). En España se ha acogido el desliz con cierta condescendencia, lo cual no quiere decir que, en general, seamos menos gilipollas. Aquí somos igualmente proclives a la ofensa fácil. Basta con imaginar a Zapatero contando en el programa de Buenafuente un viejo chiste sobre la madre del rey y un concierto de violín.
Pablo Cimadevila es uno de los deportistas a los que más admiro y, sobre todo, una de las personas más lúcidas que he conocido. En Estados Unidos sería un deportista ‘especial’; en España, un deportista paralímpico; él se considera deportista, ni más ni menos, y se muestra absolutamente coherente con sus ideas. Después de llevar a cabo una travesía a nado de 17 kilómetros, se lanzó a por el reto del Canal de La Mancha. De haberlo conseguido (las corrientes lo hicieron imposible en aquella ocasión) los medios de comunicación habrían destacado que la proeza lo convertía en el primer deportista discapacitado en completar el mítico desafío. Él, en cambio, siempre aseguró que su objetivo era ser el primer deportista gallego en conseguirlo.
Entre las anécdotas de su infancia, dos son especialmente significativas: “Cuando empezaba a nadar tenía que arrastrarme unos diez metros desde donde podía llegar con la silla de ruedas hasta la piscina”, comenta ahora con una sonrisa socarrona que procede directamente de la satisfacción que produce la auto superación. El otro relato sorprendente tiene lugar en su centro escolar, cuyo director se opuso inicialmente a instalar un ascensor para que pudiese acceder a la planta superior, aduciendo, a grandes rasgos, que “si lo hacemos se nos va a llenar esto de minusválidos”. Pablo recuerda el incidente con más lástima que rabia hacia ese pobre hombre, al que el miedo a lo desconocido impedía comprender lo más elemental. Lo curioso es que el propio director acabó necesitando el ascensor. Aprendió así ‘in propria capita’ que cuando la vejez o las enfermedades van haciendo mella en el cuerpo, todos acabamos teniendo ‘necesidades especiales’.
¿Qué pensaría Pablo de la broma de Obama? No se lo he preguntado, pero recuerdo un comentario revelador cuando un compañero, después de saludarlo con un nada malintencionado “¿cómo andamos?”, se dio cuenta de la posible inconveniencia del comentario e inmediatamente se disculpó. “No pasa nada, ¿qué ibas a decirme, cómo rodamos?”, atajó él. Pablo sabe que el verdadero problema es la discriminación, no una frase desafortunada, y que las barreras más difíciles de superar son las mentales.

lunes, 25 de agosto de 2008

No es un adiós, es un hasta Londres (2012)


He echado cuentas y creo que tocamos a una medalla por cada 8.500 cangueses, aproximadamente, después del extraordinario papel en los Juegos de dos de los deportistas más grandes que ha dado nuestra villa, David Cal y Carlos Pérez ‘Perucho’. Bromas aparte, la representación gallega ha estado de 10 en la cita olímpica, con dos oros (piragüismo K-2 –Pérez y Craviotto- y vela Clase Tornado –Paz y Echávarri-) y dos platas (por cuenta del fenómeno Cal).
Matrícula de honor en ambición para el tetramedallista olímpico (con sólo 25 años), un deportista que se vuelve encabronado de Pekín después de subirse al podio en dos pruebas, siendo el único palista del mundo que ha sido competitivo tanto en 1.000 como en 500 metros. Más llamativo aún es el caso de su vecino Perucho, quien estuvo a punto de quedarse en casa, ya que la Federación Española de Piragüismo tuvo que elegir entre el K-2 que forma con Saúl Craviotto o el de Javier Hernanz y Diego Cosgaya. Aplausos, pues, para una decisión que ha valido, literalmente, su peso en oro.
La cruz de la moneda ha sido la mayúscula decepción de Javi Gómez Noya, que ‘sólo’ pudo ser cuarto en triatlón. El ferrolano partía como uno de los máximos aspirantes al triunfo después de imponerse tanto en la Copa del Mundo como en el Campeonato del Mundo, pero un gel que le sentó mal en el avituallamiento le impidió marcar su ritmo y finalmente se quedó a las puertas del podio. Tras él llegó Iván Raña, otro ex campeón que nunca pudo ratificar su gran nivel con una medalla olímpica.

El atletismo, inédito por primera vez desde Seúl 1988

Calcular 12 posibilidades de podio y quedarse finalmente en ninguna sólo tiene un nombre: fiasco. José María Odriozola, presidente de la Federación Española de Atletismo, puede buscar ahora las excusas que quiera (la tiranía del fútbol es una de mis favoritas), pero mejor le iría al deporte que dice defender si en lugar de lamentos propusiese soluciones. Pese al chasco, yo salvaría la actuación de Marta Domínguez, que tuvo verdadera mala suerte en los 3.000 obstáculos, pero ha demostrado sobradamente que da la cara en las grandes citas; y también, cómo no, la de García Bragado, que con casi 40 años luchó hasta el final por el tercer puesto en los 50 kilómetros marcha.
Aunque no pudo evitar el berrinche de ‘si-no-fuera-por’, Odriozola sí tuvo valor para criticar el pobre espíritu ganador de los atletas españoles. Los casos del discóbolo Mario Pestano y el marchador Paquillo Fernández ejemplifican, a cual mejor, las carencias de toda la selección. El primero llegaba con una de las mejores marcas mundiales del año y no fue capaz de meterse en la final; lo del granadino es aún peor, pues venía de batir el record mundial apenas un mes antes. Falta de competitividad, errores en la planificación de los entrenamientos… en fin, un desastre sin paliativos.

Alma de campeón

Si el atletismo y, en menor medida, la natación (las expectativas no eran ya nada alentadoras) nos dejaron helados, también hubo deportistas que dieron la talla, incluso por encima de los pronósticos. El ciclismo, con cuatro medallas (ovación para el veterano Llaneras, aplausos para Samuel Sánchez y Leire Olaberria), redondeó un gran año tras las victorias de Contador en el Giro y de Sastre en el Tour. Tampoco falló el tenis, que aportó dos preseas más: la plata de Vivi Ruano y Anabel Medina y el oro –no podía ser de otro modo- de Rafa Nadal, número uno de la ATP tras destronar al ‘genio’ Federer. Los deportes náuticos, con los metales ya citados en piragüismo y vela (donde a Iker Martínez y Xabi Fernández les robaron un oro indiscutible), así como las dos platas en natación sincronizada (por equipos y en el dúo de Gemma Mengual y Andrea Fuentes), completan la tríada gloriosa del deporte español en Pekín 2008.
Tampoco falló Gervasio Deferr, cuya medalla de plata quizá habría tenido otro color de haberse celebrado los Juegos en cualquier otro país (el oro fue para el también campeón en barra Zuo Kai); el barcelonés ha hecho historia al subirse al podio por terceros Juegos consecutivos, esta vez sí en su prueba favorita. Otra gimnasta, Almudena Cid, se convirtió en la primera de la historia en disputar cuatro finales olímpicas. Más sorprendente, si cabe, fue el bronce de José Luis Abajo en espada, que supone, paradójicamente, el primer metal de la historia en esgrima para el país que inventó este deporte.

Tres equipos inolvidables

Conseguir que toda España tenga la sensación de haber perdido un oro en lugar de ganar una plata tras caer en la final ante un combinado de auténticas superestrellas es un mérito que ya nadie podrá quitarle a la selección de baloncesto, la ya famosa ÑBA. Ricky, Rudy, Pau y compañía plantaron cara a indiscutibles 'all stars' de la talla de Lebron James, Kobe Bryant y Dwyane Wade. En una de las mejores finales olímpicas de la historia, los españoles, aun perdiendo, se hicieron merecedores de un pedacito de cielo, al lado de la Unión Soviética que en 1988 se pasó por la piedra a los gallitos yankees, dejándolos fuera en semifinales.
Peor sabor de boca se llevan los chicos del hockey hierba, que se plantaron en la final a base de remontadas épicas in extremis, pero fueron incapaces de echar abajo el muro defensivo de Alemania. Los germanos, con un juego más bien rácano, se adelantaron en el marcador y echaron el cerrojo; es lo que los españoles consideramos un triunfo cobarde, mientras italianos y argentinos nos miran con extrañeza porque en su casa siempre se ha jugado así y asumen que hay que ser muy tonto para arriesgarse a perder lo que ya se tiene ganado.
En la lucha por el oro debería haber estado la selección de balonmano, que tras una semifinal nefasta con derrota ante la mediocre Islandia sacó lo mejor de sí misma para ganar en el encuentro por el tercer y cuarto puesto a la anterior campeona olímpica, Croacia. Los hombres de Pastor alternaron partidos en los que el nivel defensivo rozaba el bochorno (pero lo rozaba por la parte de fuera) con momentos brillantes como las segundas partes frente a coreanos y croatas. Se despide del combinado nacional el gran David Barrufet y, conscientes de que poco le queda a su homólogo Joseja Hombrados, los aficionados esperamos como agua de mayo un relevo generacional que no termina de fraguar. Suerte que Sterbik ya es seleccionable, al igual que el primera línea Rutenka, que podría recoger el testigo del mítico Talant Dujshebaev.

Vinieron del espacio exterior

No son españoles pero nos han hecho vibrar igualmente con sus proezas extraterrestres. Usain Bolt (campeón y plusmarquista mundial en 100, 200 y 4x100), Michael Phelps (record de oros en unos juegos, con ocho, y en total, con 14), Kenenisa Bekele (oro en 5.000 y 10.000) y Yelena Isinbayeva (oro y nuevo R.M. en pértiga con un salto de 5.05) han sido probablemente los nombres propios que con más fuerza han sonado en la cita asiática. Mención especial para la rusa voladora, que en una época en la que el deporte femenino anda escaso de proyección mediática es ya todo un mito tras batir por vigésima cuarta vez su propia plusmarca universal.
Si los Juegos de 1952 fueron los de Emil Zatopek (oro en 5.000, 10.000 y maratón), los de 1972 fueron los de Mark Spitz (siete oros en natación) y los de 1976 los de Nadia Comaneci (primer 10 en la historia de la gimnasia artística), a los de 2008 les sobran los motivos para ser recordados más como los de Bolt y Phelps que como los de Pekín, por mucha niña cantando en play back y muchos fuegos artificiales de ordenador que se haya currado la organización del gigante asiático.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Podéis llamarle genio


Baltimore (City) es una localidad estadounidense, la mayor del estado de Maryland, con una población similar a la de Zaragoza (y en descenso). Ubicada en la Costa Este, entre Washington D.C. y Nueva York, es, según dicen, la ‘ciudad del encanto’, además de una de las más antiguas de Estados Unidos. En las guías turísticas nos venden su personalidad histórica, su afamada gastronomía y su rica herencia étnica y marítima. Pero sobre todo, desde hoy, 13 de agosto de 2008, Baltimore es el lugar que vio nacer hace poco más de 23 años al deportista más laureado de los Juegos Olímpicos de la era moderna.

Michael Phelps llegó a Pekín con una idea clara: superar el récord de medallas de oro en unos Juegos que (aún) ostenta Mark Spitz, ese californiano que con 22 años maravilló al mundo logrando siete preseas áureas en Munich ’72. Phelps heredó de su compatriota el apodo ‘Shark’ y un talento sobrehumano para la natación, que ya en Atenas 2004 (con 19 años) le permitió alcanzar la victoria en nada menos que seis pruebas. Desde entonces ha dominado con mano de hierro todas las competiciones, con la mente puesta en los Juegos de 2008, en los que le esperaba una cita con la historia.

La pasada madrugada, las finales de 200 mariposa y de 4x200 volvieron a tener como protagonista al ‘tiburón’ de Baltimore, que subía por cuarta y quinta vez en Pekín a lo más alto del podio. Al igual que en las pruebas de 400 estilos, 200 libres y 4x100, Phelps acompañó cada victoria con un nuevo récord del mundo. Está por ver si podrá batir la marca de Spitz en unos solos Juegos, pero desde anoche nadie puede quitarle el privilegio de ser el deportista que más oros olímpicos ha logrado, con un total provisional de 11, dos más que Paavo Nurmi, Larissa Latynina, Carl Lewis y Mark Spitz.

De esta forma, Phelps llega, después de tres participaciones en Juegos Olímpicos (debutó en Sidney, con sólo 15 años), hasta las 13 medallas, 11 de oro y dos de bronce (ambas en Atenas 2004). A su corta edad tiene ya a tiro otra impresionante marca, la del gimnasta ruso Nicolai Andrianov, hasta ahora el deportista masculino con más preseas (15). La última frontera la marcan los 18 metales que la gimnasta ucraniana Latynina ganó para la Unión Soviética en sus participaciones en Melbourne ’56, Roma ’60 y Tokyo ’64.

La sentencia “podéis llamarme genio” fue pronunciada por Roger Federer (quizá el mejor tenista de todos los tiempos) tras ganar su tercer Abierto de Australia en enero de 2007. “Creo que soy el mejor jugador de tenis del mundo, y podéis llamarme genio porque me impongo a muchos de mis rivales, a cada uno de forma diferente, ganando incluso sin jugar lo mejor que sé”. Si el humilde e imperturbable jugador suizo se autocalifica de esta manera, ¿cómo debemos llamar a partir de ahora a Michael Phelps?

lunes, 11 de agosto de 2008

Más alto, más fuerte, más rápido

A todos los que afirman tajantemente que el deporte -particularmente el de alto rendimiento- no va con ellos, suelo recomendarles que antes de excluirlo por completo de sus vidas dediquen unos minutos a contemplar esas hazañas de las que a menudo sólo han oído hablar.
Nadia Comaneci es de los pocos deportistas que sistemáticamente consiguen que se me erice hasta el último folículo cada vez que veo alguno de sus videos. El que he elegido corresponde al ejercicio de barras asimétricas de los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, donde por primera vez en la historia se concedió un 10 a un gimnasta.

Prueba de lo insólito de su gesta es que, si os fijais, el marcador señala un 1.00, ya que no estaba preparado para marcar dobles dígitos en los enteros.
Para los que prefieren las disciplinas atléticas, probablemente no ha habido nadie comparable al ucraniano Sergey Bubka (no os pongais tiquismiquis con la ortografía, que a ver quién se aclara con la transcripción del alfabeto cirílico). Considerado el mejor pertiguista de la historia, fue el primero en superar la barrera de los 6 metros de altura (apenas una docena de atletas lo han logrado desde entonces) y en 1994 estableció en Sestriere el record del mundo al aire libre en 6.14 metros. Sólo se le acercan Maxim Tarasov y Dmitri Markov, ambos con una plusmarca personal de 6.05. Por supuesto, también es suyo el record en pista cubierta, con los 6.15 logrados en Donetsk en 1993, pero no el olímpico, que desde Atenas 2004 obra en poder de Timothy Mack, con un salto de 5.95.
Puede parecer increíble que en todos estos años nadie haya conseguido mejorar las cifras de Bubka, pero la suya no es ni de lejos la marca más antigua que se mantiene inamovible. La checoslovaca Jarmila Kratochvilova logró hace 25 años un tiempo de 1:53.28 en 800 metros, mientras en categoría masculina este honor corresponde al 'hijo del viento', Carl Lewis, que en 1984 voló en pista cubierta hasta los 8.79 (Mike Powell se fue hasta los 8.95 al aire libre en 1991 en Tokio).

Y entre tanto superhombre (y supermujer) quiere estar el estadounidense Michael Phelps, que tiene entre ceja y ceja el reto personal de superar en Pekín los siete oros conseguidos por su compatriota Mike Spitz en Munich 1972. De momento lleva dos, y al menos en las distancias individuales no parece que nadie vaya a poder poner freno a su ambición.
En los últimos años hemos asistido a la supremacía de verdaderos fenómenos como Michael Schumacher (heptacampeón de F1), Lance Armstrong (heptacampeón del Tour de Francia), Roger Federer (número uno de la ATP desde 2004, cinco veces ganador de Wimbledon, tres del US Open y tres del Open de Australia), entre otros.
Al menos tan difícil como convertirse en leyenda en deportes individuales es hacerlo en modalidades de equipo. Ahora que el bocazas de Kobe Bryant ha dicho que si EEUU no gana el oro en baloncesto masculino no volverá a casa (creo que en el Joventut hay una ficha libre tras la marcha de Rudy a la NBA), vale la pena recordar a ese genio llamado Michael Jordan.
'Air' Jordan ganó seis anillos con Chicago Bulls, con un promedio de 30.1 puntos por partido (el mayor en la historia de la liga), además de 10 títulos de máximo anotador, 5 MVP de la temporada y 6 MVP de las Finales entre otros logros. Pero por encima de todo, ha sido el más plástico y uno de los más decisivos (los puristas me matarían si olvidase a Wilt Chamberlain). Para muchos, el '23' de los Bulls ha sido el más grande, por cosas como ésta:

miércoles, 28 de mayo de 2008

Curso acelerado de periodismo deportivo


Desde que me incorporé al mercado laboral he desempeñado los trabajos más inadecuados que puedo imaginar. Es cierto que, al menos, he podido ganarme el pan dándole a las teclas –pobre consuelo- pero siempre o casi siempre en el ámbito del periodismo deportivo, probablemente el que peor se adapta a mi manera de ‘procesar’ el mundo. No quiero decir que no lo haya pasado bien (a ratos) ni que no me haya resultado útil todo lo que he vivido, simplemente lamento que cuanto más me involucro en este circo (y lo he hecho ya desde puntos de vista muy diferentes) más marciano me siento.

Lo único que me ha permitido mantener la cordura en momentos complicados de mi vida ha sido una inusitada capacidad para tornar lo trágico en trivial. El poso que han dejado en mí dos lustros de dedicación al ejercicio de la frivolidad es, además de una querencia inquebrantable por el humor negro, un odio exacerbado hacia quienes se empeñan en hacer de su vida (mediocre, generalmente, y supongo que ahí está la clave) un melodrama.

El periodismo deportivo es el paradigma de la ‘culebronización’. Tomando prestada la terminología de Kundera en su más conocida novela, podríamos decir que consiste en hacer creer al público que lo más leve entraña en realidad una enorme gravedad. El problema moral surge (si no lo ha hecho antes) cuando el periodista debe distinguir entre sensacionalismo y mentira.

La tiranía de las cifras

Sin ser patrimonio exclusivo del ámbito deportivo, los números adquieren aquí un peso que, por desmedido, acaba rozando lo absurdo. Pero rozándolo por la parte de fuera, claro. Probablemente la exageración más estúpida –y se da sistemáticamente- es la de la asistencia a los recintos deportivos. En el pabellón Caja Madrid (partido Interviú-Leis) calculé de forma aproximada unos 800 espectadores y casi se me atraganta el kit kat cuando mi homólogo madrileño paseó ante las narices de los periodistas un cartel que indicaba: 2.500 espectadores. Entre el corporativismo y la conciencia elegí el camino del medio y ‘olvidé’ rellenar ese dato.

La estadística es otra de las artimañas de las que nos valemos para seducir al lector, dejando claro en la mayoría de los casos que consideramos a la audiencia totalmente imbécil. Me viene a la memoria una información de cierto periódico tras la victoria del Leis ante el Lobelle en el primer partido de la segunda vuelta (temporada 07-08): “… ha logrado en un encuentro el 75% de los puntos de toda la primera vuelta…”. Siendo este dato indudablemente cierto, ¿no es también igualmente ridículo destacarlo en forma de porcentaje? Afortunadamente, tras los dos siguientes partidos (dos nuevos triunfos), no leí por ninguna parte: “El Leis lleva en la segunda vuelta el 150% (y posteriormente el 225%) de los puntos de la primera”.

Cómo hacer hablar a un mudo (sin recurrir a la Guardia Civil)

Para el lector que desconoce el funcionamiento de la prensa, todos los actores sociales se expresan de forma similar en nuestro idioma, desde un premio Nobel de literatura argentino hasta un futbolista esloveno analfabeto. No sólo limamos casi todas las expresiones vulgares y corregimos cada error gramatical, sino que conseguimos convertir un ‘sí’ o un ‘no’ en diez líneas de perorata. Sin despeinarnos y entre comillas, con un par. Para los no iniciados, ahí va un ejemplo:

Plumilla: Buenas tardes, Jaiminho, ¿cómo has visto al equipo en el partido de ida?

Jaiminho: Bien.

Muy mal, con esta clase de preguntas nos arriesgamos a quedarnos sin texto para rellenar la página (que es lo único verdaderamente relevante) y, lo que es más esencial si cabe, sin titular, salvo que no nos de vergüenza emplear un sucinto “Jaiminho ve bien al equipo”. Aunque en conciencia todos sabemos que poco más hay que contar, debemos ser profesionales y cubrirnos las espaldas con esta técnica básica:

Plumilla: Buenas tardes, Jaiminho. El equipo hoy ha dominado el centro del campo como había dicho el míster en la previa; circulasteis con criterio y creasteis peligro con las incorporaciones por banda. Parece que jugando así no se os puede escapar la eliminatoria, ¿verdad?

Jaiminho: Sí, así es; quedan aún 90 minutos y puede pasar de todo, pero hemos dado un paso muy importante.

Mejor, ¿eh? Pero no acaba ahí la cosa, porque la magia de la prensa puede convertir esta conversación (sin que ello sea considerado delito o tergiversación) en estas interesantes declaraciones:

Jaiminho: “Sabíamos que era importante dominar el centro del campo y lo hemos hecho bien; circulamos con criterio y creamos peligro con las incorporaciones por banda. Jugando así no se nos puede escapar la eliminatoria (ahí tenéis vuestro titular, amigos); hemos dado un paso muy importante, pero debemos ser prudentes porque aún queda el partido de vuelta y no hay nada decidido”.

¿Qué? ¿He oído que alguien se siente estafado? Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo.

miércoles, 20 de febrero de 2008

La NBA y la soberanía popular


Largo tiempo llevo buscando la fórmula para poner en cuestión la supuesta idoneidad de la democracia como forma de gobierno. Si he de ser sincero, el temor a ser considerado reaccionario (y éste es un término que merece una seria reflexión: http://juanles.blogspot.com/2008/02/montaigne-y-goethe.html) nunca me ha limitado ni en éste ni en otros ámbitos. De hecho, me siento muy cómodo -espada en mano- en mi traje de cruzado contra la tiranía de lo políticamente correcto, particularmente frente a las crispadas sensibilidades de ciertos colectivos.
Hace unos días fui informado por la camarera de cierta cafetería de Pontevedra de que en TelePizza sólo tienen acceso a cargos importantes las mujeres, dato (el cual pongo en cuarentena a espera de mejor confirmación) que por sí solo me resultaba sencillamente injusto, pero que acompañado por la opinión de la empleada hostelera (yo también sé jugar a rizar el rizo y evitar llamar a cada cosa por su nombre) hizo que mi úlcera imaginaria se revolviese inquieta en mi estómago.
"Pues a mí me parece muy bien, ya iba siendo hora de que nos tocara a nosotras". -¿Y a ti quién te ha pedido tu opinión?- pensé para mi fuero interno. Y lo que es más importante, ¿puede tener el mismo valor una opinión marcada y descaradamente discriminatoria que otra que proponga la igualdad de oportunidades? Sí, las dos pueden ser igualmente estúpidas en el contexto adecuado. Quiero decir que suponer que todos los seres humanos somos iguales es simplemente un error de apreciación, pero mucho más grave es dejar al 50% (aproximadamente) de la población al margen de ciertas oportunidades vitales.
Sugerir que la discriminación positiva puede ser útil para fomentar la progresiva mejoría de la situación laboral de las mujeres apenas genera -y esto es lo lamentable- discusión. ¿Qué sucedería si los beneficiarios de esta política fuesen los ciudadanos de otras razas frente a los caucásicos? ¿Seguiríamos hablando de un 'paso necesario' hacia la igualdad o de un caso flagrante de racismo?
Pero mi intención inicial no era cargar tintas contra la moral supuestamente progresista que se está imponiendo paulatinamente, sino poner en evidencia los defectos del sistema democrático en sí mismo. El caso del All Star de la NBA me parece perfectamente ilustrativo. Para los profanos, la mejor liga de baloncesto del mundo celebra cada temporada una fiesta en la que se dan cita algunos de los mejores jugadores de la competición. Se trata de una espectacular maquinaria construida por y para el show business que cuenta con diversas y variopintas competiciones y tiene en el partido de las estrellas su colofón. Todo el mundo tiene la oportunidad de elegir mediante votación qué jugadores deben acudir a la cita y este año, además, los espectadores han podido intervenir en la proclamación del campeón del concurso de mates y del MVP ('most valuable player': jugador más valioso) del partido entre las estrellas de la Conferencia Este y las del Oeste.
Comentando el sistema con un compañero amante y practicante del baloncesto, él lamentaba que el público tuviese tal capacidad de decisión, en tanto que muchas de las opiniones estarían en el mejor de los casos poco o mal enfocadas y, en el peor, sesgadas y dirigidas desde otras istancias. Personalmente, soy partidario de que en los concursos las valoraciones las haga un jurado de expertos y de que toda la selección de los jugadores All Star corresponda a los entrenadores. Sí, debo de ser un sucio facha por pretender que las decisiones las tomen las personas mejor preparadas, pero tampoco oigo demasiadas voces de alarma respecto a la democracia representativa.
Resulta preocupante que la corriente casi unánime de opinión ni siquiera se plantee otra fórmula de gobierno diferente y sin embargo ninguno de los líderes políticos candidatos a ejercer durante cuatro años la soberanía llegue a los 6 puntos sobre 10 e valoración en las encuestas. La mayoría ni siquiera alcanza el aprobado. La pobre 'talla' de nuestros representantes, eso sí, está a la altura de nuestra propia conciencia política. En tiempos pasados y aún hoy en sectores minoritarios la ideología anarquista era considerada revolucionaria y progresista, mientras que el término aristocracia (literalmente gobierno de los mejores) se considera poco menos que nazi. Conviene precisar que cuando hablamos de los mejores nos referimos a un consejo de 'sabios' sin una figura dominante (presidente, primer ministro, Papa, etc.). El problema de esta fórmula estriba en la selección de las personas más cualificadas, pero en lugar de encauzar nuestros esfuerzos para hacerlo viable preferimos que nos tomen el pelo en ridículos mítines y debates electorales. Sin duda, tenemos el gobierno que merecemos.

viernes, 18 de enero de 2008

En la vida como en el deporte...


...lo importante es meterla. Es ésta una sentencia que debe ser tomada únicamente como lo que es, un chiste gremial con más de tosco que de ingenioso. Supongo que por eso no deja de hacerme gracia. Qué puedo hacer, será que el espíritu de Bud Spencer sigue vivo en mi corazón.
Todo esto no es más que un pretexto para hablar de la particular relación que me une al club en el que trabajo, el Leis 26 Fútbol Sala Pontevedra. Cada día que pasa soy más consciente de que esta montaña rusa de emociones se parece más a un romance que a un empleo. Si fuese mi novia, mis amigos dirían que no me conviene. Y mi madre, que tengo que ser comprensivo con ella.
Escribo desde un hotel a las afueras de Pamplona, donde mañana jugaremos ante el MRA. Sé que lo más probable desde el punto de vista estadístico e incluso lógico es que tengamos que hacer el camino de vuelta con la amarga sensación de la derrota, pero como en presencia de la persona amada, la razón pasa a menudo a un segundo plano y, al igual que en los 16 partidos anteriores de la temporada, sólo concibo la posibilidad de ganar, por muy potente que sea el adversario.
Me temo que soy lo que llaman un optimista incorruptible, también conocido como 'puto iluso'. Y en el deporte también.

sábado, 12 de enero de 2008

Cómo duele perder...


Si algo aportó al orden social del primer mundo el triunfo del capitalismo es la hiper polarización de los seres humanos, siendo el modelo zenital el llamado 'triunfador'. Su opuesto, es decir, el 'loser' (perdedor/fracasado) se convierte automáticamente en objeto de repudia y burla. Desde aquí les deseo a todos aquellos que se calientan al fuego de la leña del árbol caído que ardan en el infierno de su propia cobardía. Ojalá pronto les toque a ellos estar en la hoguera. Y no como espectadores.
La parte que más me enriquece de mi dedicación al mundo del deporte, aunque sea como jefe de prensa, es precisamente la de sentir en carne propia los golpes de la vida en píldoras de 40 minutos del mal llamado 'tiempo real'. Hoy el Leis ha perdido con un estrépito que yo nunca había tenido que padecer hasta ahora. El Carnicer Torrejón vino a golear y todo le salió bien. Nosotros, los parias de División de Honor (no nos engañemos, todos preferimos en realidad ser cabeza de ratón y no cola de león), sabemos que la puerta hacia la victoria sólo se entreabre esporádicamente, dejando un pequeño resquicio por el que, si Fortuna está juguetona ese día, podemos llegar a colarnos.
Los que formamos parte de este proyecto hace tiempo que nos hemos hecho a la idea de que nos esperaban muchas tardes de sufrimiento. Una plantilla muy justa para competir con los mejores, patrocinadores que pagan tarde y mal (en el mejor de los casos), un respaldo social irregular... Estamos preparados para no ganar, pero ser humillados es algo completamente distinto, algo para lo que nadie puede llegar a estar preparado nunca. Y eso fue lo que pasó esta tarde en el Pabellón Municipal de Pontevedra. Aún después de la bocina final, quedaba el testigo inmóvil de la debacle, el marcador que señalaba el resultado definitivo: 2-13.
Hay verdaderos filósofos en esto del deporte, una lástima que los culturetas consideren indignas o frívolas tales pasiones, no saben lo que se pierden. Nuestro entrenador volvió a dejar una perla digna de análisis en la rueda de prensa: "Si compites con orgullo y das el máximo de lo que tienes, estás ganando más allá del resultado". Se refería a la recuperación anímica de cara al futuro, naturalmente, no al día de hoy. Ser capaz de asumir el fiasco y pensar ya en cómo salir adelante es una virtud que admiro profundamente, mucho más que el éxito en sí mismo.
Escribo para exorcizar mis demonios, para vomitar esta bilis que me quema las entrañas. No siempre es así, pero hoy no tengo el cuerpo para nubes-risas-arco iris-amapolas. Será porque sé que al final de la película (aún queda media temporada) la Bella Durmiente seguirá contando ovejas. Porque el zapato de cristal se habrá roto antes de que Cenicienta pueda probárselo. Porque Garfio rajará a Peter Pan con una navaja de Albacete oxidada. Y porque Shere Khan se comerá a la parrilla las 'criadillas' de Mowgli.
La vida no la escriben los guionistas de Disney. A veces parece más bien obra de García Márquez y si a uno le toca Santiago Nasar en el reparto de personajes, más le vale dejar en orden cuanto antes todos sus asuntos y ponerse guapo para el funeral. Lo terrible es ver a todo el mundo alrededor poniendo cara de 'esto-no-puede-estar-pasando'. Y es que lo único que supera a la imbecilidad en la humanidad es la capacidad para el auto engaño.