miércoles, 20 de febrero de 2008

La NBA y la soberanía popular


Largo tiempo llevo buscando la fórmula para poner en cuestión la supuesta idoneidad de la democracia como forma de gobierno. Si he de ser sincero, el temor a ser considerado reaccionario (y éste es un término que merece una seria reflexión: http://juanles.blogspot.com/2008/02/montaigne-y-goethe.html) nunca me ha limitado ni en éste ni en otros ámbitos. De hecho, me siento muy cómodo -espada en mano- en mi traje de cruzado contra la tiranía de lo políticamente correcto, particularmente frente a las crispadas sensibilidades de ciertos colectivos.
Hace unos días fui informado por la camarera de cierta cafetería de Pontevedra de que en TelePizza sólo tienen acceso a cargos importantes las mujeres, dato (el cual pongo en cuarentena a espera de mejor confirmación) que por sí solo me resultaba sencillamente injusto, pero que acompañado por la opinión de la empleada hostelera (yo también sé jugar a rizar el rizo y evitar llamar a cada cosa por su nombre) hizo que mi úlcera imaginaria se revolviese inquieta en mi estómago.
"Pues a mí me parece muy bien, ya iba siendo hora de que nos tocara a nosotras". -¿Y a ti quién te ha pedido tu opinión?- pensé para mi fuero interno. Y lo que es más importante, ¿puede tener el mismo valor una opinión marcada y descaradamente discriminatoria que otra que proponga la igualdad de oportunidades? Sí, las dos pueden ser igualmente estúpidas en el contexto adecuado. Quiero decir que suponer que todos los seres humanos somos iguales es simplemente un error de apreciación, pero mucho más grave es dejar al 50% (aproximadamente) de la población al margen de ciertas oportunidades vitales.
Sugerir que la discriminación positiva puede ser útil para fomentar la progresiva mejoría de la situación laboral de las mujeres apenas genera -y esto es lo lamentable- discusión. ¿Qué sucedería si los beneficiarios de esta política fuesen los ciudadanos de otras razas frente a los caucásicos? ¿Seguiríamos hablando de un 'paso necesario' hacia la igualdad o de un caso flagrante de racismo?
Pero mi intención inicial no era cargar tintas contra la moral supuestamente progresista que se está imponiendo paulatinamente, sino poner en evidencia los defectos del sistema democrático en sí mismo. El caso del All Star de la NBA me parece perfectamente ilustrativo. Para los profanos, la mejor liga de baloncesto del mundo celebra cada temporada una fiesta en la que se dan cita algunos de los mejores jugadores de la competición. Se trata de una espectacular maquinaria construida por y para el show business que cuenta con diversas y variopintas competiciones y tiene en el partido de las estrellas su colofón. Todo el mundo tiene la oportunidad de elegir mediante votación qué jugadores deben acudir a la cita y este año, además, los espectadores han podido intervenir en la proclamación del campeón del concurso de mates y del MVP ('most valuable player': jugador más valioso) del partido entre las estrellas de la Conferencia Este y las del Oeste.
Comentando el sistema con un compañero amante y practicante del baloncesto, él lamentaba que el público tuviese tal capacidad de decisión, en tanto que muchas de las opiniones estarían en el mejor de los casos poco o mal enfocadas y, en el peor, sesgadas y dirigidas desde otras istancias. Personalmente, soy partidario de que en los concursos las valoraciones las haga un jurado de expertos y de que toda la selección de los jugadores All Star corresponda a los entrenadores. Sí, debo de ser un sucio facha por pretender que las decisiones las tomen las personas mejor preparadas, pero tampoco oigo demasiadas voces de alarma respecto a la democracia representativa.
Resulta preocupante que la corriente casi unánime de opinión ni siquiera se plantee otra fórmula de gobierno diferente y sin embargo ninguno de los líderes políticos candidatos a ejercer durante cuatro años la soberanía llegue a los 6 puntos sobre 10 e valoración en las encuestas. La mayoría ni siquiera alcanza el aprobado. La pobre 'talla' de nuestros representantes, eso sí, está a la altura de nuestra propia conciencia política. En tiempos pasados y aún hoy en sectores minoritarios la ideología anarquista era considerada revolucionaria y progresista, mientras que el término aristocracia (literalmente gobierno de los mejores) se considera poco menos que nazi. Conviene precisar que cuando hablamos de los mejores nos referimos a un consejo de 'sabios' sin una figura dominante (presidente, primer ministro, Papa, etc.). El problema de esta fórmula estriba en la selección de las personas más cualificadas, pero en lugar de encauzar nuestros esfuerzos para hacerlo viable preferimos que nos tomen el pelo en ridículos mítines y debates electorales. Sin duda, tenemos el gobierno que merecemos.

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