Antes incluso de que su hijo hubiese nacido, supo que había cometido el mayor error de su vida. Sintió vértigo cuando sostuvo en su regazo, por primera vez, aquel cuerpecillo que era la imagen misma de la Fragilidad, ligeramente deformado el cráneo, constreñido el gesto por el trauma del parto, herido por una sensibilidad que no había elegido y de la que ya nunca se desprendería.
Treinta y dos años, siete meses y cuatro días después, los cadáveres de ambos eran preparados para su confinamiento en nichos contiguos del cementerio. Los periódicos locales redujeron a banales esquelas lo que había sido el acontecimiento más trascendental del pueblo en toda su historia.
Al hijo lo encontraron suspendido de una rama del roble centenario que resguarda la iglesia parroquial. La violencia de la caída le había destrozado las vértebras, los músculos empezaban ya a distenderse para siempre, los párpados yacían levemente entreabiertos como último recuerdo de que el cuerpo había guardado alguna vez un alma en su interior.
El padre se había encargado de todos los trámites. Consoló a la madre, recibió con frialdad las condolencias de familiares lejanos de quienes no tenía noticias desde hacía mucho tiempo y coincidió con estos en que, efectivamente, era una pena que sólo se reuniesen en circunstancias tan sumamente tristes. Esa noche se murió tal y como había vivido, con dignidad y sin hacer ruido. Besó a su esposa en la frente -“gracias”- dijo, y cerró los ojos para no volver a abrirlos jamás.
Los vecinos hablaban con lástima del drama familiar. “Se murió de pena, el pobre”, decían forzando el llanto, y alababan desmesuradamente las virtudes de los difuntos.
El día en que apretó por primera vez contra su pecho a aquella criatura nacida para el dolor de vivir, el padre comprendió que no quedaba otra salida que el asesinato. Sintió pánico al imaginar todo el sufrimiento gratuito que aguardaba a ese ser inocente, pero no tuvo valor para acaba con su vida.
¿Cómo iban a imaginar los vecinos de aquel pequeño pueblo que el día en que el hijo fue hallado muerto le había dado al padre su único momento de paz en muchos años? Aquel a quien había condenado a la vida le daba, en una muestra de infinito amor, la anhelada oportunidad de morir. Después de tantos años, había comprendido al fin a su padre. “Te perdono”, dijo al precipitarse al vacío. “Gracias”, fue la respuesta.
jueves, 23 de octubre de 2008
El peso del vínculo
martes, 17 de junio de 2008
¿De tal palo tal astilla?
Había planeado visitar a mis padres el pasado fin de semana, pero el domingo por la mañana mi madre me llamó por teléfono y dijo en tono ‘Stanislavski’: “Papá está en el hospital, le subió mucho la tensión y empezó a sangrar por la nariz; se va a quedar en la UCO, pero no te preocupes, está bien”. Quedamos en el que al día siguiente iría a verlo en el breve horario de visitas de la unidad, pero no contaba con que, mientras yo tomaba asiento en el ferry de Cangas a Vigo, él recibía el alta y llamaba a mi abuelo para que fuese a buscarlo. Después, contactó conmigo para advertirme, tarde, de que no hacía falta que fuese. Decidimos volver juntos y, al llegar a casa, hicimos todas esas cosas que solemos hacer cuando estamos juntos porque nos cuesta horrores charlar sin más de nuestras vidas: ver sus nuevas maquetas, comprobar la solidez de las últimas reformas, probar algún videojuego de ordenador…
Si seguís habitualmente la serie ‘House’, seguramente habréis visto que, cuando la sintomatología de un paciente es más inclasificable que la carrera musical de Bjork, casi siempre surge la cuestión: ¿podría ser lupus? Esta rara enfermedad autoinmune afecta mayoritariamente a mujeres y puede manifestarse de muy diferentes maneras. En el caso de mi padre, al principio fue diagnosticado de colagenosis, ya que apreciaron un defecto en la síntesis de colágeno. Por ese motivo, a pesar de tener un índice bajísimo de colesterol, llegó a sufrir una trombosis provocada, probablemente, por el desprendimiento del propio tejido que forma los vasos sanguíneos. Actualmente, recibe una pensión, ya que ha quedado incapacitado para trabajar, aunque la Consellería de Sanidade considera que sólo al 50%, por lo que, sin mediar mejoría, en la segunda revisión del caso decidió cambiar la invalidez absoluta concedida en primera instancia por la total que, aunque parece lo mismo, supone exactamente la mitad de la prestación .
Mi padre asegura que este tipo de injusticias son precisamente las que provocan sus crisis, pero, aunque puede que esta ocasión no le falte razón (semanas antes había perdido la última apelación), lo cierto es que necesita entre poco y nada para alterarse hasta el punto de perder los papeles. No me malinterpretéis, no quiero decir que no le tenga un gran cariño, ojo, pero estoy convencido de que, si no fuese por mi madre, ahora mismo yo sería un auténtico hijo de puta amargado y tocapelotas. Siempre se habla del drama que para un niño supone la separación de mis padres; yo, en cambio, me pasé toda mi infancia pensando cómo coño era posible que mi madre aguantase a una persona que a mí me resultaba tan insoportable.
Habría que preguntarle a ella, ya que ahora yo apenas paso tiempo en su casa, pero quiero quedarme con la sensación de que, al verse tan débil por momentos, decidió tomarse la vida con más calma y ser un poco más transigente. A decir verdad, todos sus defectos podrían resumirse en su rigidez y su incontinencia verbal-gestual hacia nosotros. Por lo demás, es la clase de persona que, desde fuera, es sencillo admirar: carismático, simpático, habilidoso, enérgico, polifacético… Cuesta trabajo creer que, cuando hablamos de alguien con tantas y tan buenas cualidades, su propia esposa me recuerda una y otra vez: “procura no acabar siendo como él”. Los dos lo queremos incondicionalmente, pero seguro que si sigo el consejo de mi madre lo agradecerán mi salud y la de mis allegados.