martes, 5 de mayo de 2009

Eres lo que comes


Resulta que hay estudios que revelan que todos esos potingues ‘enriquecidos’ con bífidus, elecaséis y demás, en lugar de ayudar al sistema inmunológico pueden llegar a dejarlo medio alelado. Tampoco seamos alarmistas, esto no quiere decir que por habernos tomado cuatro actimeles vayan a venir en tropel los virus de la gripe H1N1 (o como demonios se llame a estas alturas del tinglado) a montarse un botellón en nuestro organismo cual universitarios en un parque público.
Lo que sí se ha demostrado es que hay una cierta correlación entre el consumo de este tipo de productos a edades tempranas y una respuesta del cuerpo en forma de alergias. En realidad, de lo que vienen a alertar este tipo de estudios es de algo tan simple como que una persona sana con unos hábitos de vida saludables y una dieta equilibrada no necesita, salvo casos excepcionales, ningún tipo de suplemento.
Esto lo sabrán también, quiero creer (como Fox Mulder), en los laboratorios de todas las multinacionales de la alimentación, pero en un determinado eslabón de la cadena… zas! Con el marketing hemos topado. Entonces llegan los directivos de turno esgrimiendo los resultados de los últimos estudios sobre hábitos de consumo y deciden que lo que el pueblo llano ansía es que se le garantice un entorno aún más aséptico y seguro.
Porque una cosa es que a uno se lo lleve por delante un Golf GTI o un cáncer (que como todos sabemos no tiene nada que ver con el aire que respiramos ni con los millones de ondas electromagnéticas a las que nos sometemos diariamente) y otra muy distinta que mi-Kevin-que-ya-va-en-tercero-y-dice-la-profesora-que-es-el-más-listo-de-la clase comparta el bocata con su-amiga-Jénnifer-que-aunque-es-una-niña-le-hace-ojitos-porque-es-clavada-a-su-madre-que-es-una-golfa. Y no digamos –líbreme el cielo- si encima a Kevin le da por irse a jugar al fútbol con sus amiguitos mientras se come el bocata de chóped.
Lo que todos esos padres idiotizados por vanas promesas de infalible protección parecen ignorar es que ellos mismos merendaron por fascículos, entre patadas al balón y vertiginosos descensos en tobogán y, sin embargo, siempre y cuando su nivel de vida fuese razonablemente bueno, gozaban en términos generales de una mejor salud que sus hijos, a quienes, a golpes de inocentona sobreprotección, acaban por noquear.
Por eso Kevin, que ha crecido sin rodilleras cosidas a los pantalones, llegará al mundo adulto con alergia al polen, a la pimienta, al marisco y a los polos de fresa. Y lo que es peor, en la burbuja en la que lo han criado sus esforzados progenitores seguramente tampoco ha habido mención alguna a la gonorrea, los antidisturbios o, sin ir más lejos, lo que vale un peine (tanto en sentido estricto como figurado).
Así que, Kevin, alegría de mi corazón, si me estás leyendo diles a tus viejos que se metan ellos los bífidus (por dónde ya es cosa suya) y que a ti te den comida como dios manda. Ah, y eso de que te vas a quedar ciego si te masturbas es una chorrada: conócete a ti mismo y verás como Jénnifer te lo agradece algún día.

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