miércoles, 27 de febrero de 2008

Sexo (1): Masturbación y pornografía


El primer libro que recuerdo cuando aún estaba dando mis primeros pasos como lector era una guía de sexualidad para niños. Mi madre me lo hacía leer cada día y, por las noches, me explicaba todo aquello que no hubiera entendido. Viéndolo de forma retrospectiva y comparativa respecto a mi entorno supongo que resulta bastante significativo, aunque imagino que entonces me debió de parecer de lo más normal. Ésa es la clave: fijar desde la infancia la idea de normalidad respecto a aspectos de la vida que la sociedad se empecina en mantener como tabúes es algo que nunca podré agradecer suficientemente a mis padres.

Hay dos modelos básicos para orientar a los niños en materia sexual en función de la respuesta a la pregunta ¿qué es el sexo? El primero y, probablemente, más extendido, deja al margen una buena porción de realidad y lo explica como mecanismo para la procreación de la especie. El segundo, en cambio, recoge la dimensión más emotiva y latentemente hedonista (aunque platónico, es indudablemente más completo y hermoso): “es lo que hacen los mayores cuando se quieren”, era a grandes rasgos la definición de mis progenitores.

Quizá ‘olvidaron’ en ese momento incluir conceptos como prostitución, violación, pedofilia, bestialismo, etc., pero tampoco el cura de mi pueblo se extendía demasiado en la explicación de la Santísima Trinidad ni los ministros de economía se molestan en aclarar a la ciudadanía porqué los salarios de los proletarios no aumentan en una proporción al menos razonable respecto al incremento de la productividad de su trabajo.

El pecado de Onán

Si alguien está esperando un ejercicio de exhibicionismo, ya puede ir saltando a otro blog, sobran los de gente que se prodiga en comentarios sobre su ajetreada, decadente, vibrante, confusa, profusa o difusa vida sexual. Cada uno marca sus fronteras y en mi caso una de las inamovibles es el respeto (me refiero sólo a esta faceta, ojo) a las personas con las que he compartido sábanas, mesas, bañeras y/o los etcéteras que correspondan en cada caso.

Mi relación con el sexo está a medio camino entre lo que muchos considerarían una salud envidiable y otros tantos tildarían de depravación. Lo siento, Sade, me temo que estos tampoco habrían sido buenos tiempos para ti. Al margen de lo que me reservo para la intimidad (es decir, la parte mayor y más controvertida), hay dos frentes de batalla fundamentales por los que siempre he combatido: la masturbación y la pornografía.

Para los profanos, Onán fue –según los textos bíblicos- el segundo hijo de Judá. Tras la muerte de su hermano mayor, el primogénito Er, la Ley judía determinaba que el segundo hermano se casase con su viuda, Tamar. De producirse descendencia, este hijo heredaría los derechos de primogenitura, por lo que Onán, quien codiciaba la herencia de su padre y no deseaba compartirla con sus sobrinos, derramaba su semen sobre la tierra cada vez que copulaba con Tamar. Por este ‘pecado’ Dios acabó con su vida.

Pero ¿cuál es realmente la falta cometida por Onán, el derramamiento en vano de su ‘semilla’ o la más miserable avaricia? Ni el uso de preservativos ni el autoamor –así lo llamaban algunos manuales escritos en los 80, y supongo que aún hoy- debería ser considerado algo pecaminoso ni mucho menos nocivo. La cultura griega y romana (Oráculo de Delfos) y también la tradición oriental (El arte de la guerra) coinciden en un punto, la importancia de conocerse a uno mismo. ¿Por qué el sexo habría de ser una excepción?

De la Venus de Willendorf a Andrew Blake

La representación de imágenes sexualmente sugerentes es algo tan antiguo como el mismo nacimiento del arte. Una de las primeras obras de las que tenemos conocimiento es la Venus de Willendorf, una escultura paleolítica que ensalza los atributos femeninos más reconocibles (amplias caderas, voluminosos pechos y vientre redondo), supuestamente como tributo a los dioses para que facilitasen abundantes cosechas. Es, en definitiva, un monumento a la fertilidad.

Desde entonces la dimensión pública del sexo ha pasado por diferentes períodos y se ha topado con el rechazo del cristianismo (siempe desde nuestra perspectiva eurocéntrica). Sin embargo, es notable desde el Renacimiento la aparición en el arte de obras tan descaradas como la Venus de Urbino (Tiziano) e incluso la inclusión en los templos de diferentes imágenes velada o abiertamente relacionadas con la procreación, algunas de ellas rozando (o sobrepasando) lo procaz.

La fotografía y, sobre todo, el cine, abren un nuevo campo de creación que marca el nacimiento de un nuevo período social para el sexo. El aumento de las libertades individuales y la cultura del entretenimiento crean el ambiente idóneo para que en torno a la pornografía, tal y como la conocemos actualmente, surja una poderosa industria.

Del mismo modo que en el arte y la literatura a cada corriente le ha seguido a lo largo de la historia otra diametralmente opuesta, este refinamiento también se ha dado en el porno. Entre las primeras escenas en blanco y negro y las superproducciones de Private, compañía líder en el llamado ‘entretenimiento para adultos’, hay todo un océano. Desde versiones de películas convencionales, hasta el porno chic de Andrew Blake, pasando por el gonzo (con exponentes de renombre como John Stagliano, Rocco Siffredi o Nacho Vidal), este género siempre ha estado sujeto a controversia, pero nadie duda de su rentabilidad.

Las críticas más feroces a las que se ha enfrentado esta industria provienen de ciertos sectores feministas y conservadores. Y luego dicen que es la política la que hace extraños compañeros de cama. Lo que hace extraños compañeros de cama es el matrimonio, apuntaría Groucho, con mucho mayor agudeza.

La fe en la capacidad autorreguladora del mercado que profesamos todos los que aceptamos el juego del capitalismo (y esto es lo que hacemos quienes no luchamos contra éste) convierte estos reproches en una pataleta ridícula. Desgraciadamente, los intentos de producir porno para un público femenino o al menos mixto han fracasado casi siempre, quizá porque los hombres son más visuales en cuanto al sexo. Ello explicaría que el mercado gay supere con creces al femenino.

Sin embargo, el maestro Andrew Blake, con su exquisita sensibilidad para los detalles, ha dejado la puerta abierta hacia una nueva pornografía que en lugar de separarnos aún más, pueda llegar a unirnos a ambos sexos en el placer audiovisual.

miércoles, 20 de febrero de 2008

La NBA y la soberanía popular


Largo tiempo llevo buscando la fórmula para poner en cuestión la supuesta idoneidad de la democracia como forma de gobierno. Si he de ser sincero, el temor a ser considerado reaccionario (y éste es un término que merece una seria reflexión: http://juanles.blogspot.com/2008/02/montaigne-y-goethe.html) nunca me ha limitado ni en éste ni en otros ámbitos. De hecho, me siento muy cómodo -espada en mano- en mi traje de cruzado contra la tiranía de lo políticamente correcto, particularmente frente a las crispadas sensibilidades de ciertos colectivos.
Hace unos días fui informado por la camarera de cierta cafetería de Pontevedra de que en TelePizza sólo tienen acceso a cargos importantes las mujeres, dato (el cual pongo en cuarentena a espera de mejor confirmación) que por sí solo me resultaba sencillamente injusto, pero que acompañado por la opinión de la empleada hostelera (yo también sé jugar a rizar el rizo y evitar llamar a cada cosa por su nombre) hizo que mi úlcera imaginaria se revolviese inquieta en mi estómago.
"Pues a mí me parece muy bien, ya iba siendo hora de que nos tocara a nosotras". -¿Y a ti quién te ha pedido tu opinión?- pensé para mi fuero interno. Y lo que es más importante, ¿puede tener el mismo valor una opinión marcada y descaradamente discriminatoria que otra que proponga la igualdad de oportunidades? Sí, las dos pueden ser igualmente estúpidas en el contexto adecuado. Quiero decir que suponer que todos los seres humanos somos iguales es simplemente un error de apreciación, pero mucho más grave es dejar al 50% (aproximadamente) de la población al margen de ciertas oportunidades vitales.
Sugerir que la discriminación positiva puede ser útil para fomentar la progresiva mejoría de la situación laboral de las mujeres apenas genera -y esto es lo lamentable- discusión. ¿Qué sucedería si los beneficiarios de esta política fuesen los ciudadanos de otras razas frente a los caucásicos? ¿Seguiríamos hablando de un 'paso necesario' hacia la igualdad o de un caso flagrante de racismo?
Pero mi intención inicial no era cargar tintas contra la moral supuestamente progresista que se está imponiendo paulatinamente, sino poner en evidencia los defectos del sistema democrático en sí mismo. El caso del All Star de la NBA me parece perfectamente ilustrativo. Para los profanos, la mejor liga de baloncesto del mundo celebra cada temporada una fiesta en la que se dan cita algunos de los mejores jugadores de la competición. Se trata de una espectacular maquinaria construida por y para el show business que cuenta con diversas y variopintas competiciones y tiene en el partido de las estrellas su colofón. Todo el mundo tiene la oportunidad de elegir mediante votación qué jugadores deben acudir a la cita y este año, además, los espectadores han podido intervenir en la proclamación del campeón del concurso de mates y del MVP ('most valuable player': jugador más valioso) del partido entre las estrellas de la Conferencia Este y las del Oeste.
Comentando el sistema con un compañero amante y practicante del baloncesto, él lamentaba que el público tuviese tal capacidad de decisión, en tanto que muchas de las opiniones estarían en el mejor de los casos poco o mal enfocadas y, en el peor, sesgadas y dirigidas desde otras istancias. Personalmente, soy partidario de que en los concursos las valoraciones las haga un jurado de expertos y de que toda la selección de los jugadores All Star corresponda a los entrenadores. Sí, debo de ser un sucio facha por pretender que las decisiones las tomen las personas mejor preparadas, pero tampoco oigo demasiadas voces de alarma respecto a la democracia representativa.
Resulta preocupante que la corriente casi unánime de opinión ni siquiera se plantee otra fórmula de gobierno diferente y sin embargo ninguno de los líderes políticos candidatos a ejercer durante cuatro años la soberanía llegue a los 6 puntos sobre 10 e valoración en las encuestas. La mayoría ni siquiera alcanza el aprobado. La pobre 'talla' de nuestros representantes, eso sí, está a la altura de nuestra propia conciencia política. En tiempos pasados y aún hoy en sectores minoritarios la ideología anarquista era considerada revolucionaria y progresista, mientras que el término aristocracia (literalmente gobierno de los mejores) se considera poco menos que nazi. Conviene precisar que cuando hablamos de los mejores nos referimos a un consejo de 'sabios' sin una figura dominante (presidente, primer ministro, Papa, etc.). El problema de esta fórmula estriba en la selección de las personas más cualificadas, pero en lugar de encauzar nuestros esfuerzos para hacerlo viable preferimos que nos tomen el pelo en ridículos mítines y debates electorales. Sin duda, tenemos el gobierno que merecemos.

jueves, 7 de febrero de 2008

Alberto San Juan, los obispos y mi abuelo


En la 'Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante las elecciones generales de 2008', pueden hallarse unas pautas mediante las cuales los obispos pretenden orientar el voto de los 'buenos cristianos'. Dicho comunicado advierte de, y cito textualmente, "el peligro de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano, en particular con respecto a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento público otras formas de unión que contribuirían a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su insustituible función social. La legislación debe proteger al matrimonio, empezando por reconocerlo en su ser propio y específico".
Como destaca más de un medio de comunicación, estas mismas consideraciones -prácticamente- se recogían en otra nota emitida antes de las generales de 2004. ¿Qué hay de distinto, pues, para que se haya armado todo este revuelo? El quid de la cuestión está en valoraciones como ésta: "Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político de ningún sector de la población, ni puede tenerla como interlocutor político". No habiendo mención a este asunto cuando quien negociaba con ETA era el Partido Popular, resulta evidente que la Conferencia Episcopal ha dejado claro (y manda huevos que haya quien se sorprenda) su posicionamiento político.

Los Goya
Lógicamente, ello ha dado pie a acalorados debates (y generalmente -no siempre- estúpidos por plagados de obviedades y demagogia). Sobre el tema han opinado (por llamarlo de alguna manera) desde los representantes de los partidos políticos hasta Belén Esteban. Pero en estas llega Alberto San Juan al escenario de los Goya, recoge su premio al mejor actor protagonista y, además de a Alfredo Landa y a esa lista que todos hemos rumiado alguna vez por si llegamos a hacer algo que a algún jurado le parezca interesante, se le ocurre dedicárselo "a la disolución definitiva de esa cosa que se llama Conferencia Episcopal".
No ocultaré que, en conciencia, estoy más cerca de la postura del artista que de la de los obispos. Pero cuando escuché la noticia no pude evitar pensar que a muchos nos pierde el dejarnos llevar por la indignación. Pensaba remitirme al conocido dicho del zapatero y los zapatos, pero luego me di cuenta de que ni el cuidadoso uso de las minúsculas me libraría de que los zurdos me señalasen con el dedo emitiendo al tiempo un agudo chillido al más puro estilo 'La invasión de los ultracuerpos'. Y lo que es peor (si cabe), los 'nacionales' (lo siento, no puedo resistirme a la terminología franquista) pensarían que han encontrado en mí a un nuevo e ingenuo amiguito de correrías y travesuras. ¿Que qué travesuras? Felar (en sentido figurado solo, espero) a los obispos, fomentar la crispación, felar a la realeza, encender los ánimos de los nacionalistas, felar a los grandes empresarios, etcétera.

Esos entrañables cascarrabias
Cuando escucho o leo las declaraciones de los portavoces de la Conferencia Episcopal Española (qué curioso que comparta siglas con un organismo que ya no existe, que ha dado paso a algo nuevo) siempre me acuerdo de mi abuelo, que en paz descanse. Entre sus múltiples virtudes, desde luego, no estaba la de saber escuchar. Era un verdadero 'pater familias', el que llevaba la voz cantante, siempre mordaz pero terriblemente sensible a las críticas. Era parte de su encanto, pues cualquiera podía fácilmente intuir tras su sonrisa maliciosa la más profunda bondad.
Me encantaría pensar que no es sino el ansia de compartir el gozo del amor divino lo que mueve a la CEE (la eclesiástica, no la económica, o viceversa...), pero cada día me cuesta más. Procuro recordar aquello de que Dios escribe recto, aunque a menudo en renglones torcidos; pero luego concluyo que, si crear el universo le llevó sólo seis días, bien podía haberse comprado un cuadernillo Rubio.

'Bendito' pluralismo
En todo caso, y continuando con el símil, conviene destacar que, del mismo modo que las opiniones de mi difunto abuelo no representaban las de la mayoría de la familia, tampoco el comunicado de la Conferencia Episcopal expresa el sentir mayoritario de los fieles. Ni siquiera de las instituciones cristianas. En este sentido, no tengo más remedio que remitirme a la respuesta de Redes Cristianas ante toda esta polémica:
"La Conferencia Episcopal Española ha dado a conocer estos días, por medio de su portavoz, una serie de criterios para el ejercicio del voto en las próximas elecciones de marzo. Redes Cristianas lamenta que, una vez más, los obispos hayan ignorado la realidad de su Iglesia, que es enormemente plural, y en la que caben las más diversas identidades y criterios políticos y sociales. Rechazamos la idea de que estas declaraciones de los obispos nos representen a todas las personas que nos consideramos cristianas y católicas. Consideramos que se ha perdido una gran oportunidad para proponer unos valores realmente basados en el Evangelio, entre los que destacamos la cercanía y la preocupación por los últimos, los humildes, los excluídos. En lugar de ésto, se han propuesto valores de un tono más político y de búsqueda de equilibrios de poder. Constatamos que las reivindicaciones de los obispos a la hora del voto coinciden, casi literalmente, con las de uno de los partidos políticos en liza, el Partido Popular. Consideramos que la identificación de la Iglesia con un partido político no ayuda a crear un sentido de acogida en la Iglesia.
A Redes Cristianas nos hubiera gustado que la Conferencia Episcopal hubiese defendido, con el ímpetu que ahora demuestran para otras cosas, algunas causas de justicia social. En concreto, echamos de menos que los obispos convocasen o al menos se hiciesen partícipes de las manifestaciones contra el comienzo de la guerra de Irak. Redes Cristianas quiere recordar a los obispos y a la sociedad la diversidad de la Iglesia Católica, y pide respeto al pluralismo interno".
Eso y no la ampliación de los derechos civiles por parte de un gobierno legítimo (bajo el criterio de convertir las situaciones de hecho en situaciones de derecho), es lo que yo entiendo por un indicio de desintegración. Sugerir que las leyes aprobadas en democracia con esta finalidad pueden conducir al caos o a la dictadura es una majadería y un insulto a la memoria histórica. Otra cosa es la (ridícula) 'ley del cachete'.
Así, que, aún estando en contra del contexto elegido por Alberto San Juan para su crítica, sólo puedo decir al respecto: a ver si es verdad, camarada.