jueves, 6 de noviembre de 2008

Infocomercial (4): Política, publicidad, bolsa.

(O tres grandes engaños piramidales)




Aprenda cómodamente y a su ritmo a

timar sin remordimiento alguno a

otros ingenuos, al igual que

nosotros lo acabamos de

timar ahora mismo

a usted

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ay, ay, ay!

¡No me metas el dedo en la llaga!

Cuando aún estaba oficialmente en nómina de Venca, departamento de promociones, me presenté a unas opos de auxiliar de biblioteca.

En la entrevista me preguntaron por qué quería cambiar de trabajo. Respondí que para mí era importante dormir bien por las noches y poder contarle a mi hija a qué me dedicaba sin bajar la cabeza. El tipo no me creyó.

Andrés Rivas Santos dijo...

Poder contarle a un hijo lo que uno hace sin sentir vergüenza debería estar garantizado por ley. Mis padres siempre han realizado trabajos de escasa cualificación/remuneración, pero en todo caso mucho más dignos y honestos que algunas cosas que ya he tenido que escribir (y estamos empezando en esto del periodismo). Tampoco es tanto pedir poder ir con la cabeza alta explicando a qué se dedica uno, ¿no?

U.B dijo...

Yo soy sicaria de las letras, e incluso puta de las letras, y nunca he tenido ningún problema en reconocerlo. El que se deje atrapar por mis mentiras a sueldo, allá él.

Verónica E. Sanz Salinas dijo...

Desgraciadamente es una p--- tener que hacer ciertas cosas que por ética o por que sí, vaya ud. a saber, nos parecen ciertamente "innobles" pero así está el asunto.

Algunas veces, o lo haces o te mueres de hambre, y de hecho, si seguimos es porque elegimos la opción a. en algún momento de nuestras vidas.

La ley de la jungla.

Muy chulo tu blog ;) i wil follow you...

Saludos!

Andrés Rivas Santos dijo...

Gracias por el comentario, audra. Siempre anima saber que hay alguien ahí fuera para no sentirse perdido en el (ciber)espacio. Me alegro de que te guste el blog y espero que sigas dejando tus comentarios.
Ya veo que somos muchos los que nos hemos sentido prostituidos en algún momento de nuestras vidas. Queda el recurso de la rebelión, claro... ¿Pero quién empieza?