domingo, 23 de noviembre de 2008

Suerte


Mientras apuntaba en la ficha de anotación algún gol, tarjeta o exclusión del partido entre el Teucro y el Antequera de Liga Asobal de balonmano, noté la vibración que avisa de un nuevo mensaje en el móvil. Suelo llevarlo silenciado porque entre mis múltiples manías destaca un odio profundo e irracional hacia los tonos, politonos y gilitonos.
Sólo mi padre tiene el hábito de enviarme fotos como archivos adjuntos, pero es que además esperaba la buena nueva. Nuestra perra, Luna, había dado a luz a su segunda camada, y esta vez sí pensaban quedarse con uno de los cachorros. Hasta el domingo al mediodía no los llamé, y fue entonces cuando me enteré de que, como la primera vez, había engendrado cuatro peluches animados. Pero dos habían muerto. Por suerte, los otros sobrevivieron.
Cuentan que fue un parto complicado, tanto que hubo que recurrir a la cesárea. Uno salió ya sin vida, otro apenas aguantó unas horas. Los dos restantes, fuera de peligro, pero afectados de muy distinta manera por el parto. El macho, el primero en nacer, tiende a la modorra, y sospecho que será un poco como Platero, "tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos...". La hembra, en cambio, sufrió mucho más y vive en un permanente estado de agitación. Estrés postraumático, supongo.

Afortunadamente no lo recuerdo, claro, pero he escuchado tantas veces la historia que puedo llegar a sentir la angustia como si la viviera en el momento presente. Me refiero a mi nacimiento, que también debería haber sido por cesárea. El médico no lo consideró necesario y el precio de su decisión fue tener que recurrir, ya in extremis, a la ventosa (sí, el mecanismo es exactamente tan desagradable como parece) y, por supuesto, al bisturí sin demasiadas sutilezas.
Mi abuela me ha descrito cientos de veces la reacción de mi padre cuando me vio por primera vez: "Qué feo es", opinó el doble de Paul Newman, a lo que Luisa (mi 'mamá-bis') replicó que "un hijo nunca es feo". Aunque imagino que, ciertamente, aquella criatura con el cráneo abombado y la piel morada de la congestión no era precisamente la idea que uno se hacía de los recién nacidos viendo anuncios de pañales por la tele.
Dicen que he tenido mucha suerte, que podría haber muerto, o sufrido daños cerebrales irreparables. Tonterías. De los cachorros muertos nadie se acordará en cuestión de días, pero si yo no hubiese superado el parto, nada habría podido mitigar semejante dolor. Aquel 15 de enero quienes tuvieron verdadera fortuna fueron mis padres.

5 comentarios:

Gloria dijo...

cuidado con los blandos... son los que más embisten en el futuro

Andrés Rivas Santos dijo...

Si lo dices por los cachorros, mis padres van a quedarse sólo con la hembra. El otro se lo quedará el dueño del padre de las criaturas.
¿Se puede aplicar el razonamiento a la inversa? Mis primeras semanas de vida las pasé sobreestresado por el trauma y en cambio hoy por hoy soy un ser pausado y reflexivo...

U.B dijo...

Esto de felicitar a tu madre por parirte es súper original.

Haz fotos a los bichitos, que yo quiero verlos...

Anónimo dijo...

Súper original? Es súper pedante, cohone. A no ser que sea irónico, que to puede ser.

Andrés Rivas Santos dijo...

La verdad es que en ningún momento creo haber felicitado a mi madre por parirme. No porque no tenga mérito soportar el trance en sí, que lo tiene, sino porque hay mil cosas más que destacaría de ella. La que creo que estaba siendo irónica es UB, pero se ve que no todos lo interpretamos igual.