martes, 8 de febrero de 2011

El destino de Mega Man



Entre el puente de La Barca y el del Burgo, sobre el río Lérez, se construyó una especie de Ibertrén a gran escala, pongamos 1:1,5. Sobre las vías no circula ni uno de esos 'lujosos' Media Distancia de Renfe ni una maqueta de Ibertrén, sino una especie de gusano de 30 metros de largo y con cara bonachona. No hay estaciones ni paradas, así que nuestro helmíntico amigo vive alienado, obligado a dar vueltas y vueltas con la compañía, eso sí (o la carga, según se mire) de una serie de conocidos personajes de animación. La voz cantante la llevan el héroe de videojuego Mega Man y Coco, emblema de Choco Krispies.
Un día traman un arriesgado plan de fuga y, después de no pocas situaciones cómicas a la par que ultra violentas, consiguen llegar hasta la playa de Lourido. Allí Coco propone hacer las maletas y coger el primer vuelo a La Habana, pero Mega Man lo convence para que lo acompañe al día más importante de su vida. La animada comitiva llega hasta una cala recóndita siguiendo los acordes del Canon y Giga en re mayor de Pachelbel, que cada vez suenan con más claridad.
Al ver a los invitados, probablemente familiares y amigos de Mega Man, Coco protesta porque lo que menos le apetece después de romper su cautiverio es ser atrrastrado a traición a una ceremonia cursi, aunque se distrae pensando en qué mano se pondrá el anillo de casado, la que tiene dedos o la que termina en el poderoso cañón Mega Buster. Por suerte, no es una boda sino un rito de iniciación en la edad adulta, por lo que Mega Man se despide sonriente de sus amigos mientras es abducido junto a dos imponentes valkirias que lo doblan en tamaño. El planeta Upenia (la tierra sin penes) es su destino. Coco lo anima con lágrimas en los ojos: "¡Vamos, amigo, haz honor a tu nombre!".

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