miércoles, 25 de marzo de 2009

Necesidades especiales


A Obama no todas las bromas le salen igual de graciosas. La ocurrencia en El Show de Jay Leno de comparar su nivel en los bolos con el de los deportistas de los ‘Special Olympics’ (Juegos Paralímpicos) desató una polémica no por previsible menos absurda y no por absurda menos evitable. El sentido del humor es una de las armas más poderosas de un líder, ya que denota al mismo tiempo inteligencia (cuando no abunda en la chabacanería) y cercanía, dos rasgos que, desde luego, deberían exigirse a todo mandatario en cualquier democracia representativa. Pero el cargo obliga a medir cuidadosamente cada palabra y cada gesto en el ámbito público. Que se lo pregunten al pobre Rajoy, al que casi crucifican por decir del desfile de las Fuerzas Armadas lo que pensamos casi todos los españoles: que es un auténtico coñazo.
Lo que Obama pareció perder de vista por un momento es que la sociedad de su país (por lo demás no muy distinta en este sentido a cualquier otra) ha convertido el eufemismo en un velo para apartar de los ojos de la ciudadanía todo aquello que, íntimamente, hiere su sensibilidad. Por eso, en lugar de Juegos Paralímpicos se habla de Olimpiadas Especiales y, en lugar de un presidente negro, los estadounidenses tienen un presidente de color (¿de qué color?). En España se ha acogido el desliz con cierta condescendencia, lo cual no quiere decir que, en general, seamos menos gilipollas. Aquí somos igualmente proclives a la ofensa fácil. Basta con imaginar a Zapatero contando en el programa de Buenafuente un viejo chiste sobre la madre del rey y un concierto de violín.
Pablo Cimadevila es uno de los deportistas a los que más admiro y, sobre todo, una de las personas más lúcidas que he conocido. En Estados Unidos sería un deportista ‘especial’; en España, un deportista paralímpico; él se considera deportista, ni más ni menos, y se muestra absolutamente coherente con sus ideas. Después de llevar a cabo una travesía a nado de 17 kilómetros, se lanzó a por el reto del Canal de La Mancha. De haberlo conseguido (las corrientes lo hicieron imposible en aquella ocasión) los medios de comunicación habrían destacado que la proeza lo convertía en el primer deportista discapacitado en completar el mítico desafío. Él, en cambio, siempre aseguró que su objetivo era ser el primer deportista gallego en conseguirlo.
Entre las anécdotas de su infancia, dos son especialmente significativas: “Cuando empezaba a nadar tenía que arrastrarme unos diez metros desde donde podía llegar con la silla de ruedas hasta la piscina”, comenta ahora con una sonrisa socarrona que procede directamente de la satisfacción que produce la auto superación. El otro relato sorprendente tiene lugar en su centro escolar, cuyo director se opuso inicialmente a instalar un ascensor para que pudiese acceder a la planta superior, aduciendo, a grandes rasgos, que “si lo hacemos se nos va a llenar esto de minusválidos”. Pablo recuerda el incidente con más lástima que rabia hacia ese pobre hombre, al que el miedo a lo desconocido impedía comprender lo más elemental. Lo curioso es que el propio director acabó necesitando el ascensor. Aprendió así ‘in propria capita’ que cuando la vejez o las enfermedades van haciendo mella en el cuerpo, todos acabamos teniendo ‘necesidades especiales’.
¿Qué pensaría Pablo de la broma de Obama? No se lo he preguntado, pero recuerdo un comentario revelador cuando un compañero, después de saludarlo con un nada malintencionado “¿cómo andamos?”, se dio cuenta de la posible inconveniencia del comentario e inmediatamente se disculpó. “No pasa nada, ¿qué ibas a decirme, cómo rodamos?”, atajó él. Pablo sabe que el verdadero problema es la discriminación, no una frase desafortunada, y que las barreras más difíciles de superar son las mentales.

viernes, 20 de marzo de 2009

El día menos pensado

El día menos pensado
saldrá el sol por el oeste
y se pondrá por el este.
Y nadie se dará cuenta.

lunes, 9 de marzo de 2009

Penitencia


Es la una de la madrugada en la Gran Vía. Se para un coche. El cliente es un hombre maduro. Podría ser su padre. Se dirigen a un hotel a las afueras de la ciudad. En el semáforo, mientras esperan a que se encienda la luz verde, ella abre su bolso, introduce en él su mano, coge el revólver, quita el seguro, se llena los pulmones de aire, una vez, dos veces, inhalando profundamente. Saca el arma, apunta directamente a la sien, no falla. Sale del vehículo, camina hacia una curva con escasa visibilidad. Espera agazapada junto a la cuneta. A lo lejos unas luces. Se emborracha de aire para no sentir, cierra los ojos, se dice: “nunca más”. Se lanza al medio de la carretera. El conductor la ve a tiempo para esquivarla, pero no para evitar el impacto contra el guardarraíl. El coche y sus ocupantes vuelan varios metros y al caer se enzarzan en una danza macabra hasta quedar convertidos en un amasijo de metal, carne y fluidos indeterminados. Ella piensa: “la materia y la energía no se crean ni se destruyen”. Se queda mirando la masa informe a lo lejos y da gracias mirando al cielo. Se dice: “Dios me ha dado una segunda oportunidad”. Su conciencia replica: “ninguna mala acción debe quedar impune”. Mañana quizá pruebe en la vía del tren.
No, lo ha pensado mejor: se quedará en casa viendo la televisión. "¿En el cielo habrá tele de pago?". ¡Muy bien, no hay que perder nunca el sentido del humor!