martes, 21 de abril de 2009

Mitos y leyendas (1): La democracia


La democracia no sólo no es el mejor de los sistemas políticos posibles, ni siquiera es el menos malo. En esencia, la democracia se basa en que 51 personas pueden hacer prevalecer su voluntad (y no la razón o el diálogo) sobre la de 49. Ni más ni menos.

lunes, 13 de abril de 2009

Pienso, luego Dios existe


El racionalismo extremo conduce inevitablemente al escepticismo. Las contradicciones que tienen lugar en la mente humana en su intento de explicar lo real convergen en la idea fundacional de este blog, la teleología de lo aleatorio. Explicar un hecho y predecir un hecho pueden parecer operaciones muy distantes entre sí, pero son dos caras de una misma moneda y, por tanto, son igualmente ilusorias en sentido estricto.

Cuando hablamos de fe tendemos a evocar conceptos como doctrina, sacralidad, oración, ritualismo… Asimilamos fe y religión asumiendo que la primera conlleva necesariamente la segunda, sin pensar que, en realidad, toda explicación no es más que un desesperado acto de fe. La búsqueda de significación en la realidad es un ejercicio descorazonador, especialmente si se hace desde el punto de vista de la teleología. Dar por cierto que existen causas finales implica aceptar el determinismo como algo inevitable. Significa, en última instancia, que todos nuestros actos, que todos los sucesos, son los que son y serán los que serán porque no podría haber sido de otro modo.

Metafísicamente no existe la certeza de que a una causa, sea la que sea, siga necesariamente una consecuencia. Sin embargo, el mismo instinto que nos aparta de la creencia en las causas finales nos mantiene forzosamente ligados al principio mismo de causalidad. Pero si ansiamos la libertad y nos aferramos a la posibilidad de eludir el Destino, debemos abrazar el azar, lo aleatorio, el hecho inmotivado. Y aunque pueda resultar paradójico, ello implica conceder al conocimiento científico un valor meramente funcional, pragmático. Significa recuperar la antigua e insuperable confrontación entre física y metafísica.

Aunque no hubiera sido judío, Albert Einstein habría pronunciado una de sus más célebres sentencias exactamente tal y como lo hizo: “Dios no juega a los dados con el Universo”, aseguró el físico alemán, y con ello puso de manifiesto que ni las mentes más preclaras pueden concebir la ausencia de un orden en todo lo real. La idea de que a cada causa sigue una consecuencia está tan arraigada en la computadora humana que ni la teoría del caos (que trata los comportamientos impredecibles de los sistemas dinámicos) ni el principio de incertidumbre de Heisenberg (que enuncia la imposibilidad de una medición exacta por la distorsión que provoca la propia interacción) se oponen a ella en lo esencial.

¿Tiene menos valor en términos de simple intelección nuestro marco de referencia cuando comprendemos que se basa en una ilusión de la razón? En un sentido meramente pragmático no, y filosóficamente esto es lo único que cuenta. Es más, desde la perspectiva humana este subterfugio es una parte esencial de lo que en muchas religiones se considera el plan de Dios: es el despotismo ilustrado llevado a su máxima expresión. Cuando Dios se desnuda, cuando queda despojado de metáforas, revela su verdadera condición de causalidad en estado puro. Éste es el siguiente paso del silogismo cartesiano, la intersección de todas las creencias: Pienso, luego Dios existe.