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sábado, 13 de diciembre de 2008

La más puta de todas las señoras


Cuando la conocí, me contentaba con observarla desde una distancia prudente, podría decirse que con cierto disimulo. Admiraba su sensualidad en los barrios rojos de las postales y las guías de viajes. Tenía la impresión de que ella me miraba desde el interior de la vitrina en la que permanecía enjaulada/resguardada, misteriosa y altanera como Daniela (Monica Bellucci) en ‘¿Cuánto me amas?’ (Combien tu m'aimes?).

Me esperaba para nuestra primera cita con una sonrisa discreta, pero no hizo ninguna excepción en el trato. Según las normas, acordamos un precio y pagué el servicio básico por adelantado. Los extras, siempre aparte. Yo era tan inocente que pensaba que habría sutilezas en los preliminares, pero pronto me vi literalmente fagocitado. Caí en la ilusión de que era yo quien la penetraba, sin darme cuenta de que, tanto en aquella ocasión como en cada una de las posteriores, quedaba más de ella en mí que de mí en ella.

Del Retiro a Chamartín, del Templo de Debod a la Puerta del Sol, de El Prado a Las Ventas, nos hemos amado a intervalos, pero poniendo en cada encuentro la clase de pasión que sólo puede expresarse en presente continuo. Que muere (como terminó anoche) al coger en la Estación Sur el autobús de regreso a Galicia. Que renacerá con la misma llama la próxima vez. Y la próxima. Y la próxima…

Madrid y yo vivimos en un permanente romance, pero ambos sabemos que nunca podrá desembocar en algo más serio (si es que hay algo más serio que un romance). Ella jamás dejará de ser, entre todas las ciudades de España, “la más puta de todas las señoras, la más señora de todas las putas” (que el maestro Sabina me disculpe los versos robados). Y yo, aunque a veces se me ponga el cuerpo un poco Chinaski, sigo teniendo -bajo doble llave, eso sí- el corazón de Werther.