Preámbulo: Paciente y agente
Siempre he sentido una enorme fascinación por los temores humanos. Los criterios para clasificarlos son numerosísimos, aunque a un nivel básico podrían plantearse tres grandes grupos en función del tipo de amenaza o inquietud que los genera:
- De origen natural.
- De origen sobrenatural.
- De origen desconocido.
Sin embargo, he optado por otro método, centrado más en el paciente que en el agente, pues más que por su condición de mecanismo de protección, el miedo me interesa en este caso por su valor como fuente de inspiración artística, concretamente en el ámbito cinematográfico. La angustia ante lo que no se conoce o comprende, la incertidumbre, el dolor y/o el hecho de ‘dejar de ser’ (bien por muerte, bien por alienación) impregnan todas y cada una de las manifestaciones del terror.
Naturaleza: El desasosiego de sentirse vulnerable
El cine de catástrofes es uno de los subgéneros con mayor aceptación, con todo lo que conlleva: desde un amplio campo referencial hasta un elevado número de bodrios infumables. Con todo, títulos de la talla de El Coloso en llamas y Terremoto compensan que la promesa de un éxito seguro en taquilla animase a más de uno a perpetrar ‘joyas’ del nivel de Pánico en el túnel.
Los parajes extremos, como las profundidades marinas (Abyss) o las montañas (Viven) provocan una inevitable sensación de desprotección. Kubrick lo aprovechó a la perfección en 2001: Una odisea del espacio; no sólo en el confuso desenlace sino, sobre todo, en la angustiosa escena en la que HAL -cerebro electrónico de la nave en la que se desarrolla la acción principal- se libra sin reparos de uno de los tripulantes.
¿Y qué suele haber en lugares salvajes? Exacto, criaturas con las que, de buenas a primeras, uno no querría compartir mesa. Pueden ser pequeñas como las tejedoras de Aracnofobia o del descomunal tamaño de Godzilla y King Kong. Incluso animales que generalmente resultan entrañables pierden los modales si el que mueve los hilos responde al nombre de Hitchcock (Los pájaros). Mención aparte merecen los habitantes de mares y ríos (Tiburón, Piraña), por su voracidad en un medio en el que los humanos resultamos presas fáciles.
Entre los depredadores se encuentran también a menudo los alienígenas. Tanto si pretenden alimentarse de las magras carnes de Sigourney Weaver (Alien, el octavo pasajero) como si su interés es la caza recreativa (Depredador) o la cópula (Species), los ‘marcianos’ se han ganado una merecida mala fama; de esto sabe un rato el científico al que da vida Pierce Brosnan en Mars Attacks, descacharrante parodia del género a cargo del genial Tim Burton, que sabe moverse -casi siempre- en la fina línea que separa lo cómico de lo espeluznante.
El lado oscuro: Un problema de actitud
Los (anti)héroes de esta categoría son los psicópatas, que destacan por su desesperante tendencia a salirse con la suya, lo que da lugar a sagas interminables. Pesadilla en Elm Street, Viernes 13 y La matanza de Texas se reparten el podio -el orden ya es más discutible-, seguidos de cerca por Scream que, aun careciendo de malvado(s) equiparable(s) en poder y perversidad a Freddy, Jason y Leatherface, merece al menos diploma olímpico por su contribución al resurgir del ‘giallo’.
Por sus incomprendidos gustos culinarios, los vampiros y caníbales gozan también de una imagen no muy popular. Drácula es el único de estos seres que conserva cierto halo romántico, lo que lo convierte en una figura universal y perenne, de un magnetismo innegable. Entre este grupo y el anterior se sitúa como nexo imprescindible el doctor Hannibal Lecter (El silencio de los corderos), paradigma del villano /in/: inteligente, imperturbable, inquietante, implacable.
Las criaturas que regresan del más allá (o que sencillamente nunca han pertenecido del todo al ‘acá’) son probablemente la forma más pura de la maldad en sí misma. It, Poltergeist y Posesión Infernal, entre otras, dan forma física al mal absoluto, mientras en La noche de los muertos vivientes, Cementerio de animales o La momia se rinde culto al pánico a quienes ya han visitado el reino de los muertos y no parecen estar del todo de acuerdo en quedarse allí sin rechistar.
Como ‘hay gente pa tó’, incluso algunos humanos normales (por decir algo) deciden decantarse por el sendero diabólico; son como cualquier grupo de adolescentes con las hormonas alteradas, sólo que en lugar de botellones celebran sacrificios de vírgenes. Cthulhu (La llamada de Cthulhu), surgido de la imaginación de H.P. Lovecraft, es el más popular de los dioses primigenios, capaz de rivalizar en número de adeptos con el mismísimo Satanás y su prole (El exorcista, La profecía).
La evolución: Progreso y daños colaterales
Si la Guerra Fría favoreció la expansión del fenómeno ovni, la consolidación del capitalismo ha traído consigo una serie de nuevos temores, entre los que destaca sobre todos la alienación del individuo, llevada al extremo en la multiversionada La invasión de los ladrones de cuerpos y presente en otras obras de culto clásicas (Metrópolis, Tiempos modernos) y más recientes (Dark City, Los Tommyknockers). Independientemente de la naturaleza de los que lo dirigen, el control absoluto del sistema y la pérdida de la identidad producen -quizá por familiaridad cotidiana- un pavor incontrolable. Tal vez el más esencialmente humano.
Las teorías maltusianas, basadas en la idea de que la población crece en progresión geométrica y los recursos en progresión aritmética, han causado muchos quebraderos de cabeza a los economistas, pero también han abonado el terreno para la aparición de filmes emblemáticos de la ciencia ficción. Del colapso de la civilización (Matrix) a la implantación de métodos de control demográfico tan funcionales como macabros (Soylent Green), la perspectiva de la decadencia de la especie humana hace que nos revolvamos incómodos de impotencia y culpa.
La corrupción y transformación del cuerpo han sido asimismo objetos de reflexión, de la que han surgido monstruos (La mosca, El retrato de Dorian Gray) que actúan como parábola moralizante sobre los peligros de jugar a pantocrátores . Y por si la mano imprudente del hombre no bastase como detonador del desastre, siempre hay algún virus dispuesto a mutar para poner de manifiesto nuestra eterna dualidad: somos tan frágiles como devastadores cuando autodestructivos (28 días después, El último hombre vivo). En tierra de nadie se encuentran los parásitos, desde los polizontes inesperados (Alien) hasta los experimentos que se desmadran (Vinieron de dentro de).
Finalmente, el culmen (provisionalmente) del ingenio humano, la máquina, no ha superado con el paso de los años las reticencias con las que la sociedad acogió su irrupción en los ámbitos laboral y doméstico. De la controversia entre defensores y detractores de la tecnología han nacido superordenadores (2001), ciborgs (Terminator) y coches homicidas (Christine), entre otros engendros inorgánicos. ¿El siguiente peldaño en la evolución?
jueves, 31 de julio de 2008
Nos espanta, nos seduce
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2 comentarios:
De todas las películas de miedo que he visto, la única que me puso muy, muy mal cuerpo fue Wolf Creek. Tiene muchas características de película pava (típicos errores absurdos de los personajes), pero no sé si el malo, o el modo de rodarlo, acojona un bastante.
Es que los poetas somos gente sensible...
lo que da más miedo son las cosas invisibles (siempre el virus es más poderoso que Godzilla, por aquello de la pluma y la espada) y lo real: guerra, política, prejuicios lingüísticos, jajaja.
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