lunes, 27 de julio de 2009

Sí, pero no


-¿Y qué tal con la rubia de ayer? Te la llevaste a tu casa, ¿no?
-Pues no fue nada del otro mundo. Qué coño, en realidad fue bastante patético por momentos.
-¿Y eso? Porque estaba bastante buena y no tenía pinta de mojigata precisamente...
-No sé de qué tendría pinta, pero desde luego hay algo que no funciona del todo bien en su cabeza. Mientras estuvimos por ahí de marcha todo bien, pero a última hora la acompaño hasta el portal de su casa, le pregunto si tiene que madrugar al día siguiente o algo, seguimos enrollándonos y, lógicamente, le propongo venirse a mi casa. ¿Y sabes qué me dijo?
-Pues hombre, es que por como lo cuentas ya me hago cargo de que te dio largas o algo así.
-Peor, me dijo que no podía, que no estaba bien.
-¿Se encontraba mal?
-No, no, me dio a entender que no estaba bien que nos acostásemos porque apenas nos conocíamos aún.
-Ah, vale, no me digas más: cosas del colegio de monjas.
-Sí, algo así. El caso es que ya sabes que si hay algo que no soporto es tener que arrastrarme para convencer a nadie, y menos para echar un polvo, vamos.
-Entonces te fuiste tú solo.
-Le dije que lo respetaba y me largué.
-¿Pero cómo haces eso? Seguro que sólo se estaba haciendo un poco la interesante, hombre. Igual le daba reparo mostrarse muy dispuesta por lo que pudieras pensar de ella.
-Pues pensaría mejor, seguro, porque la historia no acaba ahí. Apenas había dado unos pasos y me dice: ¿no me vas a intentar convencer? Tócate los cojones.
-¿En serio? Joder, pues sí que iba con ganas.
-Coño, como yo, ¿pero entonces a qué viene ese rollo la-puntita-nada-más-que-soy-doncella?
-Qué poco entiendes a las tías.
-Francamente, querido, me importa un bledo entender a 'esas' tías.