lunes, 1 de junio de 2009

Líbrame, Señor, de miserables y pusilánimes


“Lo peor que se puede ser en esta vida es un coñazo”. La frase la escuché de boca de Jesús Iglesias, apreciado compañero y amigo, aunque tampoco es de su propia cosecha, sino uno de esos legados simbólicos que brotan en el consciente, pero con raíces cada vez más hondas en el inconsciente. La sentencia consuela en tanto que uno verifica que no está solo en la creencia de que la mayor lacra en las relaciones sociales es el victimismo, y expresa la repugnancia hacia el fatalismo de un modo tan prosaico que, por fuerza, no podría ser más exacto y contundente.
Exhibir una actitud de amargada resignación ante el infortunio es un ejercicio absolutamente invasivo respecto al entorno próximo que, paradójicamente, tiende a provocar cierta empatía (no del todo aséptica, eso sí) en lugar de un abierto rechazo. Es probable que su aceptación se deba a una simple cuestión cultural, y que en otras partes del mundo resulte, al menos, tan reprobable como lo prepotencia o la pedantería.
Supongo que es fácil confundir la humildad con la inseguridad, y entiendo perfectamente que quienes se muestran confiados y firmes resulten, de entrada, más amenazantes que los timoratos que esgrimen su lastimera y afectada sensibilidad para defender su –¡ay mísero de mí, y ay, infelice!- corazón-coraza, tan maltrecho y encallecido por los golpes de la vida. Triste y dura vida. Pero a poco que uno observe, anote y reflexione, pronto se da cuenta de que aquel que vive con la absoluta convicción de que es víctima de un destino adverso y un mundo injusto que no comprende la complejidad de su elevada alma inmortal acaba cargando de bilis su aguijón, siempre a punto para la certera estocada que calme el dolor propio con el ajeno (mal de muchos…).
Además de los amargados profesionales (tanto el modelo instintivo como el Stanislavski), proliferan también con éxito los opositores, no los que compiten por un empleo al abrigo del Estado, sino aquellos que se oponen sistemáticamente a la opinión más extendida en cualquier materia. A menudo es un pueril mecanismo de auto afirmación pero, incluso cuando es ése su origen, tiende a degenerar en una desviación no exenta de cierto componente sádico, que proporciona al individuo una oscura satisfacción a través de la provocación gratuita.
Pero, sin duda, la especie más peligrosa es la de los débiles de carácter (y a menudo de espíritu), para quienes no existe vacuna de ningún tipo, ya que, en mayor o menor medida, todos somos proclives a la compasión hacia quienes carecen de fortaleza para plantar cara a la corriente. Cuando uno se encuentra con uno de estos especímenes, es conveniente que recuerde que son justamente los de su casta los que, bajo la influencia de un líder carismático, aprietan el gatillo con la coartada moral de que sólo cumplen con su deber o que, como el escorpión de la fábula, no pueden luchar contra su naturaleza.
Por eso, a veces, antes de dormir, suelo rezar: “Líbrame, Señor, de miserables y pusilánimes, que de los malos ya me libro yo”.

5 comentarios:

astromanquismoché! dijo...

Gracias Nietzsche, por el superhombre!Totalmente de acuerdo,premiar al débil es dejarse llevar por la compasión y no por la justicia...

U.B dijo...

Decía Dios (JGB) algo así como que la autocompasión es una cosa de bastante mal gusto y contrario a la urbanidad y la cortesía.

Y como siempre tenía razón. Pero solucionarlo a hostias tampoco está mal (esto lo añado yo).

Anónimo dijo...

La autocompasión me parece tan ridícula como dañina para la persona que se la autoinfringe. Eso sí, allá cada uno con su cuerpo, siempre y cuando esa actitud no afecte a los demás.

De todas formas, tan triste o lamentable es ser una víctima (o hacérsela) que ir de sobrado y/o pedante por la vida, que me consta que existen personajilos que van de guay, pero que casi nunca pasan de chachi.

Anónimo dijo...

La autocompasión me parece tan ridícula como dañina para la persona que se la autoinfringe. Eso sí, allá cada uno con su cuerpo, siempre y cuando esa actitud no afecte a los demás.

De todas formas, tan triste o lamentable es ser una víctima (o hacérsela) que ir de sobrado y/o pedante por la vida, que me consta que existen personajilos que van de guay, pero que casi nunca pasan de chachi.

Andrés Rivas Santos dijo...

La compasión hacia los demás sólo me parece beneficiosa si se entiende como algo cercano a la empatía. En otros idiomas la palabra se forma a partir del verbo 'sentir', pero en el español se emplea 'padecer', lo cual le da una detestable connotación de lástima.
En cuanto a la pedantería o la prepotencia, admito que en dosis justas (siempre que no implique una falta de respeto) a veces me parecen incluso encantadoras. La clave está, sencillamente, en lo 'invasiva' que sea la actitud de cada uno respecto a su entorno.