domingo, 6 de enero de 2008

Amigo de mis amigos, etc.


-Defínete.
-Pues yo... esto... soy un chico normal, amigo de mis amigos... me gusta pasarlo bien, divertirme, conocer gente agradable. No sé, lo que todo el mundo, supongo...
Vayamos por partes. Para empezar, lo que nuestro sujeto hipotético acaba de hacer puede ser cualquier cosa menos una 'definición'. En cualquiera de las acepciones de esta palabra hay una condición esencial, la de fijar con precisión y claridad los contornos de lo definido, esto es, señalar qué lo convierte en diferente respecto al resto de la realidad y, en el caso concreto de una persona, qué lo distingue del resto de individuos de su especie.
De algún modo, puede intuirse que detrás de esta actitud, que muchos adoptamos en determinados momentos (o incluso durante toda nuestra vida), subyace un profundo temor a lo diferente. No sólo sentimos pavor por lo que no conocemos, sino también por admitir aquellas características propias que se apartan de la norma. La paradoja de este silencio auto impuesto es que, si todos aquellos que callan por miedo al rechazo tuviesen el valor o simplemente la confianza para no negar su naturaleza, probablemente descubriríamos que en realidad tales diferencias son sólo superficiales y, en ocasiones, simplemente inexistentes.
El comportamiento gregario, alentado por nuestro instinto de supervivencia (nada más terrible que ser apartado de la manada), ha encontrado su supuesta antítesis en el movimiento 'freak'. En España el término -castellanizado en la forma 'friqui'- ha suplantado en el vocabulario de los medios al precioso vocablo 'extravagante' y de ahí ha pasado a designar una realidad dotada de connotaciones muy distintas.
El apogeo de lo freak será (¿es?) justamente su declive. No el inicio del descenso, sino el final mismo. Cuando un comportamiento raro pasa a ser la norma, pierde automáticamente su condición de peculiar, extraño, friqui. Es algo incuestionable. Cuando alguien recurre al manido tópico "todo el mundo es especial" está afirmando algo mucho más turbio: si todo el mundo es especial, en realidad nadie lo es.
Pero lo que me interesaba destacar era cómo nosotros mismos (la masa, la sociedad, la especie) nos ponemos según qué grilletes, suponiendo (en muchos casos sin ninguna base real) que así seremos más fácilmente aceptados por el grupo. Lo más doloroso es que esa obsesión por la integración social choca frontalmente con un innato deseo de autoafirmación del individuo. Desafortunadamente (y esta ya es una consideración meramente personal), la primera pulsión suele aturdir o, en el peor de los casos, aniquilar a la segunda. No somos tan diferentes de un hormiguero como creemos.
Cabría suponer que una sociedad que funcionase con un esquema tan preciso como el de estos insectos podría ser incluso admirable, deseable por todos. Pero vayamos más allá. Algunos expertos afirman que, en realidad, una colonia de hormigas podría ser considerada un único organismo, del mismo modo que el cuerpo humano está formado por numerosas células especializadas que crean un complejo sistema en el que el flujo de información (el más importante, a través de impulsos nerviosos) tiene un rol fundamental para la supervivencia. Es lo que llaman un superorganismo.
¿Dónde fijar, pues, el límite entre el individuo y el sistema? En la autoconsciencia.
No es la racionalidad, por mucho que se nos distinga comunmente como animales racionales, lo que nos hace especiales en el reino animal. Lo es la necesidad de autoafirmación de cada individuo, la resistencia a aceptar un papel secundario en la función de la propia vida. El egoísmo, sí, no tiene sentido negarlo, significaría contradecir nuestra misma esencia. Debemos aprender (no tener miedo) a ser freaks, no porque lo freak se ponga de moda, ni tampoco por lo contrario. "A la minoría, siempre", lema de la primera época de Unamuno, me parece una sentencia que cae en la incoherencia, en tanto que la minoría es susceptible de convertirse en mayoría de un momento a otro. Alterar los propios principios sólo porque son asumidos por la masa sería la más ridícula y profunda traición a uno mismo. Y es precisamente la 'auto fidelidad' la única que siempre conserva intacto su valor.

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