martes, 27 de mayo de 2008

Cinco nombres tiene mi gato


El próximo 28 de octubre se cumplirá el segundo aniversario de la muerte de mi abuelo materno, Francisco Santos, a quien nadie conocía por ese nombre, sino por ‘Chuco’. Él mismo se encargó en numerosas ocasiones de explicarme que “cinco nombres tiene mi gato: Francisco, Paco, Farruco, Chuco y Pancho (que me disculpe si he alterado el orden en la relación)”. Si alguien objetase que hay aún más variantes (Kiko, por ejemplo), él seguramente habría contraatacado con alguna mofa totalmente fuera de contexto, consciente de lo poco que necesitaba para ganarse el favor del público y, en consecuencia, dar por ganada la batalla.

Lo que realmente le importaba no era la absoluta veracidad del relato, sino el encanto formal del discurso (‘se non è vero, è ben trovato’). De haber nacido en otra época o en otro lugar, estoy seguro de que habría sido un artista; de profesión, quiero decir, pues incluso a despecho de las adversas circunstancias hizo del humor su oficio y su legado imperecedero.

Como Mowgli, creció en una selva: la España de la Guerra Civil y del régimen franquista, así que pronto no le quedó más remedio que buscar sustento para su familia trepando a los pinos. Mientras, los tigres, en lugar de devorar a sus víctimas, optaban por la (nauseabunda) sutileza de los ‘paseos’. Trabajó en la conservera Massó, a la que dedicó la mayor parte de su vida laboral y donde se dejó la salud de unos pulmones a los que no se les dio la oportunidad de elegir el oxígeno en lugar del amoniaco.

En su tiempo libre fue pescador, carpintero, albañil, ingeniero y, sobre todo, compositor. Nada tenían que envidiar sus canciones al arte del que tanto presumen al sur de Despeñaperros, quizá no en técnica, pero sí en gracia (¿y no es ese el objetivo?). En mi familia, casi todos podemos recitar alguna estrofa suya, aunque me atrevo a aventurar que nadie recuerda ninguna composición íntegra. Él las cantaba casi todas justo antes de morir, con más de 80 años en la mochila y varios accidentes cardiovasculares en su historial clínico. Los médicos decían que su cerebro era como un queso de gruyere debido a las lesiones. En ese caso, no hay duda de que su lengua era una trampa para ratones.

“Ni eres rica, ni eres pobre,
Ni eres buena, ni eres mala,
Pero tienes un defecto…”

Es la fórmula que se repite en uno de sus más divertidos ‘romances’. Desde muy pequeño recuerdo ver a mi abuela riendo hasta llorar cuando Chuco, en uno de los momentos de mayor euforia de su ‘espectáculo’, anunciaba el gran momento: “Os voy a enseñar una canción muy bonita, que Luisa siempre se enfada cuando la canto porque cree que es por ella”. Ahí se ganaba la primera colleja de su prójima, lo que no hacía sino espolearlo aún más. Los últimos versos son sencillamente geniales (y espero que las feministas que lean esto tengan en cuenta el contexto antes de poner el grito en el cielo):

“…Pero tienes un defecto,
No me sirves en la cama,
Sólo quieres mi dinero
Y no quieres mi banana”.

Mi abuela, claro está, no se callaba y replicaba: “habrá que ver quién no le sirve a quién en la cama”. Siempre supo ceder a su marido el protagonismo que él necesitaba tanto como respirar, y ello sin renunciar a su propia identidad. Viéndolos juntos me di cuenta de que sólo es posible amar de verdad a quien se admira profundamente. En las miradas cómplices que se dedicaban incluso en los más duros de sus últimos días juntos (sospecho que a ella le gustaría que añadiese el adjetivo ‘terrenales’) encontré más ternura de la que podría soñar en toda mi vida, y ése es un regalo que jamás podré agradecerles como merecen: la fe en el amor incorruptible.

2 comentarios:

U.B dijo...

Joder tío, se me han puesto los pelos como escarpias con lo del amoníaco y el oxígeno y muchas otras cosas.
Cada vez somos más flojos. Qué cojones y aguante tenía la generación de guerra y posguerra, y ahora somos tan idiotas que si no tenemos para un Mercedes de Clase A pedimos cita con el psiquiatra para que nos medique contra la depresión.

Andrés Rivas Santos dijo...

Amén.