jueves, 15 de mayo de 2008

Sexo (2): Inercia, miedo, pulsión y culpa


Inercia
Manuel no cree estar enamorado de Lucía, pero ha terminado por convencerse de que se trata de un matiz baladí y, por tanto, jamás será un motivo de suficiente peso como para decantar la balanza a favor de la ruptura definitiva. Tampoco es que en el platillo de la continuidad haya razones demasiado sólidas, pero no hace falta ser físico/psicólogo/sociólogo para entender que la inercia es la fuerza más ‘adhesiva’ del universo, y también la que provoca los accidentes más letales (la DGT no puede estar más de acuerdo).

El caso de Manuel guarda ciertas similitudes con un tipo de personalidad que una vez oí definir como ‘hombre-mono’. Este espécimen jamás suelta una rama mientras no tenga otra a la que aferrarse. Aunque parece que sus cimientos pueden venirse abajo en cualquier momento, el paso del tiempo acaba confirmando que, mientras los hombres ‘de infantería’ tropiezan y caen (y a veces se quedan rezagados o heridos en el camino), los hombres-mono resisten aplicando un conocido precepto conservador: cambiar un pequeño detalle para que en el fondo nada cambie.

¿Es Manuel un hombre-mono? Comprobémoslo. En más de una ocasión ha decidido abandonar la seguridad del refugio, si bien sus pasos jamás han ido suficientemente lejos para perderlo de vista. Cuando se piensa en la inercia (nos centraremos en el ámbito mecánico) a menudo se obvia que esta propiedad de la materia interviene en un doble sentido: un sistema en movimiento opone resistencia a pasar al estado estático, pero también aquel que está en reposo se resiste a empezar a moverse. El simple hecho de forzar la ruptura podría ser considerado, por tanto, un desafío a la inercia, ¿pero se trata de un acto de rebeldía o simplemente de cambiar algo para que nada cambie?

Miedo
Quizá uno de los temores más claramente consustanciales al ser humano sea la soledad. Habrá quien viva preso del pánico consciente de la dificultad de contrarrestar la soledad existencial, pero afortunadamente los nuevos planes de enseñanza han previsto este peligro y lo han atajado cortando por lo sano, es decir, evitando que los proletarios del futuro oigan hablar en su vida del existencialismo y todas esas (peligrosas) chorradas de masones.

Manuel parece tener ante sí un amplio abanico de oportunidades vitales, pero en el fondo es consciente de que nada le garantiza que todos los posibles caminos que se le presentan no le vayan a conducir a la misma espiral de frustración en la que se encuentra inmerso. El miedo se destapa como el más fiel aliado de la inercia y el paso siguiente no puede ser otro que la aceptación de su sino, luego no puede (y desde luego no quiere) hallar más camino que el que marca la inercia.

Pulsión
Todo lo anterior podría dar la sensación de que nos encontramos ante un sistema que se autoafirma constantemente. Se explica y se justifica en sí mismo, de manera circular. Pero la observación nos dice que hay fisuras, más allá de los pequeños cambios intrascendentes. No lo sabemos porque Manuel tenga por hábito la crítica feroz hacia Lucía, tanto en confrontación directa como ante terceros; ello no es más que un síntoma del problema de fondo: la frustración. ¿Falta de comunicación, respeto, empatía…? No, es mucho más sencillo (y complicado a la vez) que todo ello: ausencia de orgasmos.

Aunque Manuel haya optado por la resignación, miles de años de evolución no pueden refrenarse con estrategias tan poco elaboradas. Naturalmente sucumbe al deseo e intuye que su sexualidad encierra un enorme potencial, por lo que necesita periódicamente una válvula de escape para aliviar la presión. ¿Así que las rupturas no son más que subterfugios para dar rienda suelta a las pulsiones lejos del yugo de la fidelidad (auto)impuesta? Calma, calma, no nos lancemos precipitadamente a extender nuestros índices acusadores-reprobadores.

Culpa
Cuando Manuel rompe con su novia recurre a Ana, una antigua ex y compañera de facultad que, a diferencia de Lucía, sabe exactamente qué resortes tocar (es decir, fundamentalmente cómo tocarlos) para llevar a cualquier hombre al ‘séptimo cielo’ (lo cual debe de ser increíble, porque ni siquiera los mormones pasan de tres). Reflexiones místicas aparte, y aunque el mismo trance de Santa Teresa haya dejado el terreno abonado para este tipo de analogías, debo volver sobre mis pasos para llamar la atención sobre un nuevo vector que empuja el platillo en sentido favorable al regreso a la madriguera.

Aunque Lucía es consciente de su incapacidad para satisfacer sexualmente a Manuel y ha optado por una actitud ‘liberalista’ al respecto (‘laissez faire’ y que el mercado se autorregule), él se siente atenazado por la culpa y ello lo inhibe, lo asfixia y lo incapacita. ¿Pero hasta qué punto? Repasemos una frase clave del párrafo anterior: “intuye que su sexualidad encierra un enorme potencial”. La culpa se presenta como el muro entre la intuición y la constatación; la inercia tiene en ella uno de sus más poderosos aliados.

Se trata de otro caso de retroalimentación. Manuel vive frustrado con Lucía e intenta evadir la culpa con rupturas-atajo, pero la estratagema no surte efecto y los remordimientos impiden que desarrolle plenamente su sexualidad con Ana. Ello incrementa su frustración y, ¿cómo no? su culpa, ya que admira, respeta y aprecia a su amante ocasional (quizá el amor no quede demasiado lejos, pero jamás lo sabrá) y se reprocha a sí mismo hacerle pasar el mal trago de la impotencia. Resignado, se pliega ante su sino y abraza la infelicidad.

2 comentarios:

Gustavo dijo...

Aleatoriedade da vida, o acaso é a ordem natural das coisas

Anónimo dijo...

Y se me había pasado la segunda entrada de Sexo... como para pasársele a uno... Te felicito, Andrés, escribes de puta madre.